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Opinión

La familia según el Vice

14 de Octubre, 2017
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GONZALO MENDIETA
En un surfeo por internet me topé con un video de 55 segundos de la Vicepresidencia. Allí el Vice explica qué es la familia. Está sentado junto a personalidades respetuosas, graves y atildadas. Siguen ese discurso con meritoria apariencia de concentración -y admiración-, al igual que la audiencia.

El Vice se despacha un batido de sociología gala, antropología Indy y subcultura con adobo de microfísica del poder; un estofado entre el título de la obra literaria de Arturo Borda, textos de Lewis Morgan, Bordieu y frases de Howard Stern, pero a la octava potencia.

El conferenciante dice: “la familia es o puede ser entendida como el proceso de expropiación y de control del trabajo, de la propiedad, de las propiedades, de los bienes, de las actividades emotivas, de la capacidad procreativa y de la sexualidad de la mujer. Ésa es la familia. La familia no es una ‘empresa emotiva’, como nos dice alguna corriente positivista contemporánea. La familia, cualquiera que sea la familia, es un espacio, un escenario de lucha, de permanente expropiación, de parte del varón hacia la mujer, de su trabajo, de sus bienes, de su esfuerzo emotivo, de su capacidad de procreación natural y de su sexualidad, y de su cuerpo.”

Al terminar de verlo sentí simpatía por esa anónima corriente positivista aludida por el Vice, si es que reseña a la familia de un modo más próximo a la experiencia humana ordinaria. Por la recurrencia del término expropiación, también dudé si el Vice quiso más bien hablar de empresas petroleras con una metáfora, familiar como en la mafia. Pudo haber dicho simplemente cártel y cambiar su objeto de estudio. Nadie hubiera protestado con tal de verlo.

Ya en el detalle, el Vice alegó implícitamente que una familia solo existe con un hombre al medio, aunque sea un vampiro. Por causas diferentes, la izquierda, el Código de Familias (en plural, obra de este Gobierno) y los hijos de divorciados tenemos percepciones distintas al Vice. En todo caso, el suyo fue un intrépido desmentido de las falsías de nuestra niñez, contadas por esa serie sensiblera, La pequeña casa en la pradera, norteamericana para mayores señas.

Disquisiciones como las que relato son un guiso intelectual conocido. Versan por ejemplo sobre la familia punalúa y su importancia en la decadencia del paradigma occidental de esas mezquinas alianzas humanas, conocidas en la jerga “inculta” como meras “familias”.

La concepción del Vice puede ser verdadera o falsa. Si es lo primero, es perverso que quien la comparta preserve una familia. Si, en cambio, es falsa, el conferenciante queda mal parado, pero se entiende. Para el grueso de la intelectualidad, de la que el Vice es miembro preclaro, ser interesante, rebuscado y sofisticado es valioso. Más que toda consecuencia teórica o práctica de lo que diga. Porque es improbable que alguno de los asistentes haya acuchillado a su familia esa noche o abandonado el WhatsApp que comparte con padres, hijos o sobrinos. Pero escuchar al Vice lo hizo quizá sentir privilegiado, como en la intelectualidad del estatus. Esa pandemia que nos infecta a todos en distinto grado.

Como el video es un extracto, es posible que el Vice se desdijera luego. O echara una carcajada, como Orson Welles después de anunciar por radio en 1938 el arribo de los marcianos. Quién sabe el Vice advirtió que la familia como “expropiación del esfuerzo emotivo” (?) y los marcianos son una ficción, que nadie se alarme.

Alarmado, no estuve. Finalmente, de algo hay que vivir. Algunos, como los peluqueros y abogados, soportamos clientes de toda laya, charla o humor. Otros, transmiten conocimientos típicamente inversos a los usuales, con tal de impresionar. Y están hasta los con nariz de payaso para sobrevivir. La mayoría ganamos el pan con tedio.

Siempre hay los que logran el estrellato contando historias. Poco importa si en la misma noche de esa cátedra sobre la familia como artilugio medieval de tormentos, conferenciante y asistentes besaran a su pareja e hijos, expropiándoles una sonrisa, un tanto inconscientes de su esquizofrenia.

Por Gonzalo Mendieta Romero es abogado

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