
He pasado el 12 de octubre de este año entre Machu Picchu y el Cusco, llegue a la “antigua capital de los señores de estos reynos” al final de la tarde y he podido disfrutarla por un par de días, como vez que llego al famoso “ombligo del mundo” andino. Apelativo que se lo dio Gómez de Figueroa, conocido mejor como Garcilaso de la Vega Inca.
Aunque ni Qosko, ni Cuzco quieren decir ombligo de nada en ningún idioma, como lo describió en sus comentarios reales el gran cronista, esta ciudad fue el ombligo del mundo andino hasta la llegada de los españoles y la posterior creación de la ciudad de Lima, donde se concentró el poder de toda la Sudamérica hispana por más de 200 años.
Cada paso que uno da por sus calles, permite ver vestigios de esa estudiada pero aún misteriosa estructura política que llamamos Imperio de los Incas, o Tahuantinsuyo y sin embargo, por el otro lado, no hay una ciudad en todos los Andes y tal vez en Sudamérica que sea tan española, y tan magníficamente española como el Cusco.
El centro histórico del Cusco bastante bien cuidado, sin grafiti de ninguna clase, ni siquiera estilo María Galindo, ( aquí le darían el tratamiento de Juana de Arco si se pone a pintarrajear), es un poema urbano y arquitectónico de la historia de esta parte del mundo, del sincretismo, del mestizaje, de la creación de una nueva “cosmovisión” combinada, con valores originarios y con valores llegados de la península.
En estos años de retirada de monumentos a Colón, o de combazos vandálicos apañados nada menos que por un vicepresidente, haría bien a todos echarle una miradita al Cusco actual, quienes quieren rechazar nuestra herencia española, no podrían hacerlo ensañándose con una estatua, tendrían que deshacerse de la impresionante catedral, de la iglesia de los jesuitas, y los otros catorce importantes templos católicos construidos para suplantar a las panacas incaicas.
Cusco fue escenario de grandes y dolorosos hechos, aunque Pizarro entró en la ciudad de una manera pacífica acompañado del inca Manco el 16 de noviembre de 1533, (un año después del encuentro con Atahuallpa y su secuestro). En Cusco fue ejecutado el último hijo de Manco, Tupa Amaru I, tan solo por el hecho de ser él, y para consolidar el poder hispano, y también fue descuartizado Condorcanqui, alias Tupac Amaru II, para escarmentar cualquier posible rebelión en las postrimerías de la era virreinal. Pero entre estos dos episodios, esta parte del mundo vivió una suerte de “pax hispánica”, que no deja de ser un momento ventajoso para todos los vasallos del rey, si consideramos las guerras en las que tuvieron que participar los vasallos reales en toda Europa.
El pasado hispanoandino fue bastante espantoso, como lo fue todo pasado, incluido el incaico, y el de cualquier parte del mundo. El respeto al súbdito, siempre fue mínimo, solo empezó a desarrollarse de mejor manera en tiempos recientes. Sin embargo renegar de nuestro pasado español, no solo es tratar de “descolonizarse”, sino que es negarnos a nosotros mismos, de arrancar una parte de nuestra esencia. Digaselo sino a los miles de devotos del Señor de los Temblores, a los cusqueños que participan con tanto entusiasmo de la celebración de Corpus Cristi.
En los Andes, un conocimiento más profundo de los trescientos años de gobierno español, nos ayudaría en primera instancia a querernos más. Un paseo por el Cusco, con los ojos bien abiertos, dejando los prejuicios de lado y negándonos a dividir el mundo entre buenos y malos, no solo puede maravillarnos, sino ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos de una manera mucho más pacífica y amable.
Agustín Echalar es operador de turismo