FRANCESCO ZARATTI
Una de las consignas de la “guerra del gas” del año 2003, recogida por la Ley 3058 de Hidrocarburos, fue que el gas debía ser destinado a los bolivianos con prioridad a la exportación. De hecho, en los últimos 10 años el consumo interno del gas se ha triplicado, lo que representa un logro y también un desafío, considerando que seguimos subsidiando al mercado interno con el 20% del gas extraído; en cifras, son casi 1,000 M$ por año restados a la exportación. Surge entonces una pregunta obvia: ¿es una buena política energética seguir “gasificando” el país?
La matriz energética ha evolucionado; hoy se consume más gas natural y menos petróleo y derivados (GLP, kerosene y diesel) que el año 2005, debido fundamentalmente a tres factores: el reemplazo del GLP por gas natural en los hogares; el incremento del número de coches que utilizan gas y, sobre todo, el mayor consumo de gas natural en la generación eléctrica. El resto de la energía que consume el país es de origen hidráulica y vegetal (un 15% de nuestros connacionales siguen utilizando la leña como fuente energética), de modo que el “menú” energético del país ha mejorado cualitativamente gracias al gas, pero sigue siendo tan pobre como hace una década.
Aproximadamente un 40% del gas que se consume en Bolivia (a precios subsidiados) se quema en las termoeléctricas. Esa política permite suministrar energía eléctrica barata a los consumidores nacionales, pero, como hemos visto, representa una pérdida importante de divisas, sin contar que hace falta más gas para honrar los contratos de exportación y garantizar la industrialización.
Considero que una política energética inteligente debería cambiar la consigna de “gas para los bolivianos” por “energía para los bolivianos”. Eso significa que, sin dejar de suministrar gas a los hogares e industrias, se reoriente la producción de termoelectricidad, con valor agregado, hacia el mercado eléctrico regional, cumpliendo con los objetivos de la Agenda 2025. En cuanto a la electricidad destinada al mercado interno, propongo que el gas sea reemplazado, gradual pero irreversiblemente, por otras fuentes, como la eólica, la solar, la microhidráulica y la geotérmica. En efecto, descartada la locura de la energía nuclear y ante los graves riegos que traen las megarepresas hidroeléctricas, como El Bala, parece que ha llegado la hora de producir masivamente electricidad con fuentes renovables que el país posee y en abundancia.
Bolivia tiene las condiciones para hacerlo. Al firmar el Acuerdo Climático de la COP 21, el país se ha comprometido a sustituir energías fósiles por renovables. Adicionalmente, la diferencia de costo entre la electricidad producida por las energías renovables y la de origen fósil se ha reducido, gracias a la economía de escala y a la tecnología. Por lo tanto, ya no hay pretextos para realizar inversiones sostenidas en energías renovables. Asimismo, el mayor volumen de gas exportado bien permitiría justificar incentivos para la construcción de plantas solares, eólicas y pequeñas hidroeléctricas para el consumo interno.
Si realmente Bolivia quiere convertirse en un actor destacado del mercado regional (donde actualmente detenta sólo el 1% de la generación) debe apostar a generar electricidad con ventajas comparativas. Objetivamente tenemos sólo dos sectores competitivos: la termoelectricidad con nuestro gas y la hidroelectricidad a gran escala. Desafortunadamente, la segunda opción está reñida con el medioambiente, de modo que no queda otro camino que reorientar la generación termoeléctrica hacia la exportación y abastecernos con energías renovables. ¿Querrá el Gobierno dar los pasos adecuados en esa dirección?