
Uno de los aspectos que más me molestaba del gobierno de Evo Morales ha sido la impostura constante en buena parte de sus manifestaciones, y sobre la cual, de alguna manera este estaba construido. El fraude del 20 de octubre de este año, no es más que el (pen) último eslabón de una serie de engaños que han sido el modus operandi de un partido y un líder que fácilmente pueden ser confundidos con una organización delictiva.
El tener que contar que la hoja de coca era sagrada, y armar un discurso que ocultaba el verdadero destino de esa producción ha debido ser no solo un gran entrenamiento para el fingimiento, sino de hecho, la pérdida de inocencia, o mejor dicho, de decencia, de quienes terminaron armando un monstruo del que nos será muy difícil librarnos.
Los detalles, las imposturas son cientos, por ejemplo el reconocimiento dentro del Estado Plurinacional de la friolera de 36 idiomas oficiales, algo que nunca dejó de ser otra cosa que un saludo a la wiphala, sobre todo si se considera que eso en los más de 10 años de vigencia de la nueva constitución, no solo no es una realidad, sino que ni siquiera los idiomas nativos más hablados tienen un espacio en la administración del estado. No olvidemos que hay prohibición de ejercer cargos si no se domina una lengua nativa, algo que jamás se aplicó para buena parte de los cardenales del MAS, empezando por las dos primeras autoridades.
Tampoco el constitucional reconocimiento de la justicia ancestral al mismo nivel de la justicia, traída por los conquistadores, llegó a ser implementado, (aunque en este caso, podemos alegrarnos de que fuera así).
Los engaños, los fingimientos, han sido en esos catorce años de toda índole, no se puede saber cuáles fueron más dañinos, si hacer pasar un sistema de extorciones y matonaje por justicia, si manipular la información para hacer creer que al país le iba económicamente mejor de lo que verdaderamente era, si inventar currículos y títulos académicos aún en las más elevadas esferas, o hacer pasar hombres por mujeres para llenar una cuota de género, sin dejar de lado el grotesco disfrazado de algunas autoridades, incluida la presidenta del Tribunal Electoral Plurinacional, para parecer más originarias.
Vale recordar que la llamada nacionalización de los hidrocarburos no fue otra cosa que una renegociación que se hizo pasar por nacionalización, más allá de los beneficios y desventajas que esa medida significó.
La tergiversación histórica, que parece bizantina, pero que manejada manejada en el discurso político y en textos escolares, puede ser dinamita. (Una exministra de Evo acaba de declarar, en la Argentina, que el nuevo gobierno no está permitiendo entrar a indígenas a la plaza Murillo).
El gran engaño fue, sin embargo, el que estos individuos se hicieron pasar por actores democráticos a lo largo de casi dos décadas, pero hicieron todo por destrozar la democracia. Un proyecto de permanencia indefinida en el poder, simplemente no puede ser democrático. No reconoce en absoluto el valor o el derecho de quienes piensan diferente, y no puede respetar las reglas que hacen posible ese convivir entre distintas formas de entender la realidad.
Con engaños, con trucos, con fuerza, habían logrado sancionar una Constitución tan maleable que en realidad no era un marco de leyes sólido, cuando con el fracaso del referéndum del 2016, el plan les falló, (en parte porque salieron a la luz algunos trapos sucios del endiosado presidente), optaron por triquiñuelas que insultaron la inteligencia de los ciudadanos.
Luego armaron un proceso electoral con todos los obstáculos posibles para los opositores, y con enormes e ilegales facilidades para ellos mismos. Obviamente la posibilidad de escamotar el voto ciudadano si era necesario, no les causó ni un minuto de insomnio.
Pero aclaremos, el fraude definitivo, no fue un paso en falso al final de un gobierno maravilloso, fue parte del programa inicial. El del MAS ha sido un gobierno fraudulento desde un principio, su final estaba de alguna manera en su ADN.
Agustín Echalar es operador de turismo