
MÁS ALLÁ DE LA NORMATIVA Y LAS ESTADÍSTICAS
Cerramos el año con 117 feminicidios, 2020 inicia con dos. Con estas cifras Bolivia continúa entre los países con los índices más altos de violencia en Sudamérica. Si bien avanzamos relativamente en la normativa, los números continúan siendo altos, las políticas públicas sólidas son escasas y los programas de prevención aún quedan sin mucho impacto. Todo ello demuestra el problema socio-estructural y la condición cultural que naturaliza la violencia, teniendo como consecuencia una carga social que nos debe llamar la atención.
Detrás de estos números, hay una crueldad terrible que ha involucrado cada feminicidio. ¿Acaso estamos naturalizando estos crímenes? pues cada vez estos son peores. “Yenifer muere con 88 puñaladas”, “Florinda fue asesinada con cinco disparos”, “Olga muere asfixiada”, “Marisol y Elizabeth mueren después de ser violadas”, estas noticias son frecuentes en nuestro país. Es necesario reflexionar desde los diferentes ámbitos esta máxima expresión de violencia que son los asesinatos de mujeres en una gran mayoría en manos de sus parejas.
¿Qué mensaje nos transmiten estos crímenes? Tal como lo afirma la antropóloga Rita Segato, que nos encontramos en un mundo donde el ejercicio de la pedagogía de la crueldad es evidente y está relacionada con el poder. Los cuerpos de las mujeres muertas son el soporte para escribir y emitir un mensaje violento y disciplinador. Todo esto porque las mujeres han logrado posicionarse en diferentes ámbitos ya sea de carácter laboral, académico, político u otros y esto ha llevado a la desorganización de la sociedad con estructura patriarcal, cuestionando privilegios heredados por otras generaciones. Es decir, que las mujeres al transgredir los roles impuestos como el de la feminidad, el cuidado de la familia, o el de ser “buena mujer”, la penalidad es la violencia. En consecuencia, tenemos una sociedad que no está logrando adaptarse a los cambios de este siglo.
Detrás de un feminicidio se encuentra una sociedad profundamente herida por el machismo, el mensaje de estos crímenes debe llevar a preguntarnos cómo estamos educando a los niños y niñas, qué estamos enseñando a estas generaciones. Es lamentable que tengamos patrones que naturalicen la violencia de género. A menudo se escucha respuestas simplistas como: “ella se deja” “ella le fue infiel” “ella provoca y se hace pegar” “estaba borracho” buscando una justificación evadiendo la responsabilidad del agresor, es evidente que las leyes no cambian la mentalidad de la sociedad.
Detrás de un feminicidio también hay luto, llanto, dolor, impotencia y una cicatriz que nunca se perderá, hay sueños, metas y deseos que no se van a cumplir. En la mayoría dejan niños o niñas que quedan en responsabilidad de parientes cercanos o en muchos casos a cargo del Estado. Hay familias destrozadas, ya que por parte del agresor también hay una consecuencia que involucra a sus seres queridos.
Gran parte de estas muertes es causada por sus parejas, detrás de esto encontramos los mitos del amor romántico, naturalizadas socialmente. Entre ellas la normalización de los celos, la idea de que el amor lo soporta todo y hasta quizás la promesa de amor por siempre. Estas concepciones en su mayoría se transmiten de generación en generación. Hay una dependencia emocional o ese sentido de posesión, con evidentes expresiones violentas que con el tiempo desgasta la relación y la violencia se va incrementando, terminando con situaciones terribles como la muerte.
En consecuencia, tenemos una sociedad responsabilizada por estos feminicidios y debemos luchar bajo todas las instancias para disminuir estos índices. Es necesario una transformación en los diferentes ámbitos público y privado, que tengan como impacto el cambio de paradigmas de reconstrucción. Lo legal no es suficiente para bajar estas cifras, lo más importante es enfocarse en lo educativo y social. Los medios de comunicación, la familia, la escuela, y todas las instancias deben tomar conciencia de la carga social que se tiene detrás de cada uno de estos crímenes. El día de mañana puede ser tu hija, tu hermana, tu madre, o tu amiga y los agresores también podrían ser tu hijo, tu hermano, tu padre o tu amigo.
Evelyn Callapino es politóloga, docente universitaria y coordinadora de Mujer de Plata.
Twitter: @EvelynCallapino