
La muerte de Abimael Guzmán no ha resucitado fantasmas necesariamente, pero es una oportunidad para recordar algunos detalles que no solo incumben a nuestros hermanos peruanos, sino a este Alto Perú, también.
Es difícil sentir pena por esa partida, porque ese individuo fue el artífice de la muerte de decenas de miles de sus compatriotas, y porque no se lo puede ver más que como un apóstol del odio. No, su propuesta no tenía nada de heroica, de amor al prójimo, ni siquiera de búsqueda de justicia, por más que envolvía el castigo a los responsables de la pobreza de sus semejantes.
Hay unos cuantos detales que vale la pena reflexionar aquí desde los Andes, desde la hermana más serrana del Perú, (con las disculpas de los llanos orientales).
La primera es preguntarnos ¿de cómo nos salvamos en Bolivia de una carnicería tan brutal, siendo que nuestras condiciones eran aún más duras que las del Perú, nuestra pobreza aún mayor?
¿Somos un país/pueblo más pacífico?, ¿Son nuestras élites menos altaneras?, ¿tenemos como sociedad una capacidad mayor de articular contratos sociales, por más imperfectos o mediocres que sean estos? Posiblemente haya un poco de todo lo mencionado, pero en el caso de Sendero Luminoso, lo cierto es que también jugó un rol preponderante ante todo una persona y su más cercano entorno, que al ser neutralizados, al haber sido apresados, (o muertos), esa “horrorosa” revolución, simplemente desapareció, más allá de los pequeños brotes y reductos que dizque aún existen.
La revolución Maoista de Guzmán fracasó posiblemente antes de empezar, porque fue ideada cuando el Perú estaba todavía inmerso en una suerte de feudalismo del siglo XX, y la acción empezó a darse cuando el país había cambiado profundamente gracias a la reforma agraria de Velazco Alvarado.
En Bolivia había sucedido algo similar gracias a la revolución del 52, la aventura de Guevara en estas tierras, solo fue eso, pese a su fatal desenlace.
Amibael Guzmán puso en jaque al Perú, y su movimiento causo muchísimas muertes, dio además espacio y justificación política a un gobierno extremadamente autoritario, sin esa característica, Fujimori no hubiera podido librar al Perú del terrorismo, más allá de que el senderismo ya estaba haciendo aguas en la sierra antes de la captura del susodicho.
29 años después de la captura del Presidente Gonzalo, que en su propio altar se ponía junto a Marx, Lenin y Mao, la sombra de este individuo ha seguido influyendo la política del Perú, el fujimorismo es, de carambola, un legado del Senderismo, y la tibia reivindicación de Guzmán y los suyos juega también un rol en las fobias y simpatías al gobierno actual del Perú.
Ese período, el del senderismo, el del terror, (también el terror del contraterrorismo), está asimismo presente en la producción artística, literaria y de las ciencias sociales del Perú, en los últimos años que no hay mes que no salga a la luz una pieza de teatro, una película, una novela, un ensayo que no esté relacionado a ese período de la historia peruana.
Los intentos bolivianos de producir una revolución comunista, nunca tuvieron las dimensiones de lo que fue Sendero Luminoso, o ni siquiera el MRTA, es posible que para que eso tuviera lugar era necesario o más fanatismo, o menos respeto por el otro. En estos tiempos de tremenda polarización, de una persecución brutal hacia los opositores al gobierno, muchos tienden a perder las esperanzas de poder crear un espacio donde los diferentes se encuentren y donde se pueda dar la construcción de una sociedad cimentada en los valores democráticos occidentales, (discúlpese la redundancia), y sin embargo, nuestra propia historia nos dice que eso es posible. Podemos alegrarnos de no haber tenido un Abimael en nuestra historia, aquí los maoístas asaltaban moteles para abochornar a los usuarios. En noviembre pasado, las turbas gritando Guerra Civil, las quemas de buses y casas privadas, y los subsiguientes hechos de Senkata y Sacaba fueron terribles, con graves consecuencias, pero fueron episodios cortos, y la pacificación se dio de forma rápida, a pesar de todas las torpezas.
Agustín Echalar es operador de turismo