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Opinión

ENTRE VINAGRE Y VENENO EN EL TIPNIS

4 de Noviembre, 2011
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WINSTON ESTREMADOIRO

Cada vez que algún amigo me hace alguna broma que me sorprende, a falta de palabras está el “vaj a ver voj” con que de niños mis sobrinos se amenazaban entre sí. Me lo recordó el ominoso “ya lo va a ver” del Vicepresidente, respecto a lo que se les viene encima a los indígenas del TIPNIS, luego de que la ola popular de apoyo a su causa les hiciera triunfar en la pulseta con el gobierno cocalero.

La venenosa frase fue secuela de la faz avinagrada con que el Presidente Evo Morales firmó la ley concediendo que la carretera no atravesaría territorio del TIPNIS; introduciendo, además, el caballo de Troya de su intangibilidad. Entre el vinagre y el veneno ocurrieron muchos dichos y hechos. Tales sugieren que el proyecto carretero de los cocaleros dista mucho de haberse rendido con armas y bagajes, a la valentía de quienes sueñan en alternativas de conjugar el bienestar de la gente y la conservación de la naturaleza.

La intangibilidad del TIPNIS, que no puede ni debe tocarse, es wiphala de guerra de quien debería blandir el estandarte blanco con la flor de patujú en diagonal. Hablo del mandamás de la Agencia para el Desarrollo de las Macroregiones y Zonas Fronterizas (Ademaf). No se preocupa del próspero negocio que lleva turistas de localidades chilenas a los lagos multicolores del suroeste, o de la explotación aurífera de invasores peruanos en el norte paceño, ambos fronterizos. Menos del contrabando en camiones en la norteña frontera brasileño-boliviana. Ni qué hablar de la cocaína a Brasil y Paraguay. Pero sí del TIPNIS.

Comodín político del régimen, metió la cuchara en olla ajena a su alegada vocación de protector del indígena explotado en el Beni. Se aferró a la curiosa tesis de que el TIPNIS es intangible, en el sentido de intocable. Perro del hortelano de nuevo cuño, si el TIPNIS no ha de ser para los cocaleros, tampoco para Chimanes, Mojeños, Yuracarés y unos cuantos tísicos Yuquis, etnias todas reconocidas en la parcelación de Bolivia en 36 naciones “originarias”, invención inserta en la Constitución del actual régimen.

Vaya uno a explicar que hay mucho trecho entre cazadores, pescadores y recolectores de la selva y mestizos collas advenedizos que tumban monte para luego sembrar coca o procesarla en pichicata. ¿Se olvidan que el acrónimo TIPNIS significa Territorio Indígena y Parque Natural Isiboro-Sécure?

Se ha ganado una batalla, pero la guerra continúa. Lo prueba el Presidente usando su investidura para denunciar en la Cumbre Iberoamericana el manoseo político del TIPNIS, cual si no fuera política su defensa a ultranza del sospechoso contrato para construir la carretera asesina. Lo observó un dirigente indígena: lo prueba la poca prudencia de llevar asuntos internos ya resueltos a foros regionales. Lo prueba el asalto ratero de cocaleros opositores a la nueva “ley corta”, a marchistas indígenas del TIPNIS en viaje a sus comunidades. ¿Cobrarán mañana peaje por cruzar el Chapare? Lo han hecho, a su regalada gana, en el pasado.

Los indígenas no se quedan callados. Congresales sugieren que el Presidente lava su imagen. Los dueños del TIPNIS claman expulsar a 200 asentamientos ilegales de acuerdo a ley. Imaginen, doscientos núcleos de medio centenar, por cinco personas: cinco mil colonos desde 1996. Los cocaleros replican que no se oponen, mientras no se afecten sus intereses. ¿Cuáles?, ¿el cultivo de coca, el tráfico de tierras, la venta de troncas a madereros y los amarres con pichicateros? 

Como en toda guerra, hay muchos intereses de por medio. La coca para la cocaína estará siempre en contra de opciones de cultivos y silvicultura alternativos. La depredación maderera es típico ejemplo de comerse la gallina de los huevos de oro en vez de un huevo por día. Mueve millones el tráfico infame de pieles y animales exóticos del trópico. ¿Alguien cree que posibles reservorios de petróleo y gas en el Tipnis, luego en el Parque Madidi, no aguan la boca de las transnacionales? Todos ellos se agazapan queriendo herir la heredad natural de Bolivia.

Tiene razón mi hija –sí, lo digo de pecho henchido de orgullo– Rocío Estremadoiro, que en una columna reciente habla del tira y afloje entre el “extractivismo” y la protección: “el dilema para el Estado boliviano de agarrar el clásico tren del ‘progreso’ mediante la extracción de estratégicos recursos, o la priorización del cuidado de la Madre Tierra”. Menudo campo minado para el Presidente Morales: o mutila su brazo internacional como adalid de la Pachamama, o cercena su pierna de la imagen desarrollista del país. Pero pierde.

Más aún, creo que la unidad en la diversidad es tan o más importante que aquello de que la unión hace la fuerza. Los procesos sociales son lentos a pesar de revolucionarios de cambio embutido con mayoría dócil. Quizá no estaré cuando la cualidad tripartita de collas, cambas y chapacos haya hecho mitosis en un mosaico intercultural de bolivianos latinoamericanos. Orgullosos mestizos collas, cambas, chapacos, yungueños, chaqueños, amazónicos, y, ¿por qué no?, grupos tribales o etnias que opten por sus usos y costumbres ancestrales en sus territorios comunitarios de origen.

El proceso está en marcha. Pero difiere del propósito político del actual régimen de subyugar el oriente boliviano mediante la colonización aymara. A mi entender, ésta es una faceta del prisma de la actual guerra entre cocaleros e indígenas del TIPNIS. Vaticino muchas batallas más.

 www.winstonestremadoiro.com   [email protected]

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