GONZALO MENDIETA
He seguido la caída, en cámara lenta, del expresidente de YPFB, Guillermo Achá. El asunto gordo en el que está involucrado ha promovido (con razón) un gasto de tinta comparable al agua de la represa de La Angostura, en tiempo húmedo. Su acusador, el senador Ortiz, ha hecho la labor que no ejercen otros opositores, más empeñados en surfear la noticia de cada día, a falta de ideas, para ver si sacan algún rédito de chiripa.
Pero más que lo que ya sabemos de YPFB, me interesaron ciertas fotos de Achá. Ellas revelan a qué grado nos importa menos la justicia que el ansia de que un acusado sufra humillación, a falta de jueces que condenen al culpable y liberen al inocente. Esas fotos fueron tomadas antes de su detención domiciliaria (por la cual se nota que Achá conserva ayuditas, divinas o cuasi-divinas).
Son imágenes que se repiten con cualquier detenido con difusión pública. Allí se ve a Achá, con escolta policial, queriendo esconder con las mangas de su saco las esposas en sus muñecas. Achá lleva también unos folios enroscados en las manos para disimular. El fotografiado intenta evitar que su imagen quede fijada ante los demás, enmanillado.
A menos que Achá tenga las destrezas del extinto delincuente, alias el “Petas”, que hace lustros mató a sus custodios policías en un tribunal de La Paz, uno se pregunta para qué sirve la escolta que lo conduce, que en teoría hace innecesarias las manillas. Sólo para resaltar el contraste, hace años la Policía suiza hizo una redada para apresar a los bellacos de la FIFA, envueltos en un trillón de malas artes. Y al sacar a los inculpados de sus caros hoteles, a la inversa de los funcionarios de seguridad bolivianos, los suizos cubrían a los acusados, no los exhibían.
El Presidente quiso una vez, jacarandoso, que Bolivia fuera Suiza, aunque alcanzar su nivel de vida o el poder de su codiciosa banca requiere más que una arenga. Por de pronto, sería más realista imitar sus maneras, interesadas hasta en la suerte de los parias y los delincuentes -como los de la FIFA-, o de los que terminan no siéndolo, en un juicio. La justicia se prueba en concreto, no en peroratas sobre el infortunio de Túpac Katari o el asesinato del Che; tampoco en la abultada lista de derechos de la Constitución, eficaz para gastar más tinta aun, pero al fósforo.
Achá es un buen ejemplo porque posee un perfil controvertido, es impopular como los “gallos” de la FIFA y responsable -siquiera político- de la compra millonaria de taladros para YPFB. Es una suerte de parámetro, incluso por las ayuditas de las que aún parece gozar. Si él debe ser esposado sin motivo, qué queda para aquellos con los que el Estado se ensaña. A lo mejor el destino de José María Bakovic fue una parábola, para que sepamos de qué se trata en realidad nuestro sistema de justicia.
Exponer a un denunciado con manillas es una humillación que ni cuestionamos, de tan habitual que es, aunque cuando la vemos impuesta a detenidos bolivianos en Chile, reclamamos airados. Quizá sea solo el fruto de la crudeza con la que nos tratamos. O tal vez con esa costumbre se pretenda que la Fiscalía y la Policía luzcan “justicieras” con el latrocinio. Y si bien es una maña antigua, es todo un símbolo de un tiempo (y un régimen) en el que sólo interesan la narrativa y las apariencias.
En Bolivia es supuestamente ilícita la infamia (Art. 118 de la Constitución), pero es justamente la infamia lo que se busca cuando se enmanilla a la gente para que desfile ante el morbo. A todas luces lo que preocupa son las formas; nada que se parezca a hacer justicia de veras, para la cual una comunidad puede darse hasta el lujo de proteger a los que sindica.
El escarnio, practicado desde la colonia, es el castigo que rige todavía entre nosotros. Y la Defensoría del Pueblo no se ocupa. Una instancia independiente, sin lados flacos, podría defender a Achá o a cualquiera. Pero para una entidad de papel, en casos como éste no hay ni buena publicidad que recoger. Sí, pensándolo bien, es comprensible que no se meta.
Gonzalo Mendieta Romero