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Opinión

En nombre del "amor" y los feminicidios

22 de Abril, 2021
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EVELYN CALLAPINO GUARACHI

El lunes al atardecer, Hernán Galarza, lleno de rabia, asesinó con un cuchillo a Fabiola Mamani mientras ésta se tomaba un baño; vivían juntos y tenían dos hijos. Hace dos semanas Willma Flores fue victimada por su expareja Marcelino Martínez, con quien tenía dos hijos;  ella decidió dejarlo, lo que bastó para que, lleno de odio, él la matara con un cuchillo, a plena luz del día, en la puerta de un supermercado.

Estas vidas brutalmente frustradas dejan familias truncadas y marcadas para siempre, producto de la ira masculina que deviene de la violencia estructural. En ambos casos tuvieron como inicio una relación “amorosa”, como en la mayoría de los feminicidios. Hernán y Marcelino, hombres celosos, posesivos, autoritarios, inseguros y violentos se sentían dueños y señores de Fabiola y Willma, respectivamente.

Estos feminicidios nos llevan a analizar los celos que parecen inofensivos, pero que en realidad son un aspecto serio de la sociedad boliviana ¿Qué significan los celos en este contexto? Mucha gente considera que son una muestra de amor genuino, un acto romántico, culturalmente aceptado; pero en realidad son una muestra perversa del “amor”; es dominio, es control, es una variante de la violencia machista y patriarcal que la sociedad ha naturalizado en las relaciones amorosas.

La relación entre el feminicidio y la percepción del “amor posesivo” se convierte en la triste cara de la cultura romántica y el triste final de muchas mujeres. La normalización de los celos está insertada en los códigos de conducta social, por lo que erróneamente se cree que “el amor todo lo soporta”. Para muchas suenan bonitas frases como “eres el amor de mi vida”, “me cela porque me quiere”; pero detrás de ellas está un retorcido sentido de posesión y subordinación. 

Cada puñal incrustado en los cuerpos de Fabiola y Willma muestra la completa frialdad del “amor” posesivo y dominante, plasmada en una frase común: “Eres mía y de nadie más”, que denota un círculo de violencia. Antes de cada muerte hubo una manipulación sobre ellas, existieron intentos de reconciliación para no romper el modelo de una familia convencional. En la mente de cada una estaba la idea de brindar un hogar a sus hijos, dar otra oportunidad a su pareja, que prometía cambiar. En los momentos de quiebre emocional quisieron decir “basta”, pero la culpa de no ser la mujer abnegada y sacrificada que espera la familia y la sociedad les ganó, “por sus hijitos”.

Es lamentable que la sociedad boliviana se someta a mandatos socioculturales basados en preceptos religiosos, morales, culturales, sociales y que, a nombre del amor y entrega, se encasille a las mujeres con base en la abnegación. De ahí nace la necesidad de complementariedad, la idea de conformar una familia convencional y soportar lo insoportable, fortaleciendo los mecanismos de control sobre las mujeres. 

Estas valoraciones, normativas sociales y culturales disfrazadas de amor, establecen un problema complejo de la violencia contra las mujeres en Bolivia. Es por ello que urge crear espacios en los que se promuevan las relaciones amorosas igualitarias; cuestionar y deconstruir la romantización de patrones violentos disfrazados de “amor”. Es necesario estar alertas con las percepciones de amor, porque la mayoría de los feminicidios ocurren en manos de parejas o exparejas, y eso debe llamarnos a tomar medidas que eviten estas muertes llenas de odio que  responden a un problema estructural.

Evelyn Callapino Guarachi es politóloga, docente universitaria y fundadora de Mujer de Plata.   

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