FABIO GARBARI, S.J.
San José de Canaán, pocas leguas de Yucumo, en el Territorio indígena de Pilón Lajas, reserva de la biósfera. La comunidad chimán está formada por un puñado de casas ocultas entre una geografía caprichosa de cerros y quebradas, ríos y riachuelos, recubierta por una vegetación dadivosa y espléndida. Es el atardecer y las mujeres nos acogen con una mezcla de prudencia y de simpatía mientras que en los numerosos niños presentes es patente la alegría y la curiosidad. Los hombres llegan en seguida, están ultimando los últimos detalles para nuestra acogida.
Por dos días se llevará a cabo aquí en esta pequeña comunidad chimán un taller de la pastoral indígena del Vicariato de Reyes. Me han invitado desde Mojos para que pueda ser un nexo entre las comunidades del Vicariato de Reyes y aquellas de la Provincia Mojos perteneciente al Vicariato del Beni.
Un viento frío del sur ha refrescado el ambiente así que la sopa caliente de plátano y fideo preparada para la cena, cae muy oportuna.
Ya es noche cuando los líderes empiezan a compartir los problemas de sus comunidades: todo gira alrededor de la situación de avasallamiento de los territorios indígenas y a las constantes amenazas contra su propia manera de vida o su cultura. En el fondo eso es todo lo que los pueblos indígenas tienen: su cultura y su territorio. ¡No tienen nada más!
Para un indígena perder su cultura y su territorio, significa perder su propia vida y descubrir muerte a su alrededor. Decía papa Francisco hace tres meses, dirigiéndose a los indígenas de la Amazonía en Puerto Maldonado:
“Permítanme decirles que si para algunos, ustedes son considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, ustedes con sus vidas son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del mismo. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común. La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida”. (Papa Francisco: “Discurso a los indígenas” Puerto Maldonado 19-01-18)
Toma la palabra Máximo, ex dirigente Mosetén de Muchanes, una de las decenas de comunidades sentenciadas a desaparecer bajo la megarepresa del Bala y Chepete, represa que el gobierno sin consultar al Pueblo que desde siempre vive en este territorio, ha decidido construir. Las palabras de Máximo transmiten su pena, su preocupación y su rabia. Con pincelazos rápidos nos dibuja su comunidad: su origen plurisecular, su refundación, su fiesta, sus Santos, su Capilla, su música, sus medicinas, sus pescados, sus chacos, su fruta, sus flores... No se resigna a ser desaparecido. Su emoción transmite con fuerza que aquella tierra representa su vida y la vida de su pueblo. No puede entender cómo se los quiera hacer desaparecer.
Hablan ahora Abel y Rosendo de comunidades chimanes no directamente asentadas en la cuenca violentada por la megarepresa. Su preocupación es también profunda: este proyecto representa para ellos un atentado a su cultura, a su manera de relacionarse con la Tierra. Sufren por sus “parientes” chimanes que viven en el territorio inundado por la represa, pero están preocupados también por las consecuencias de esta represa en sus territorios: las aguas superficiales y profundas, las vertientes, los ríos están todos conectados entre sí; mantienen un equilibrio parecido al de la sangre en el cuerpo… con una alteración tan grande ¿cómo cambiará este bioma? ¿Qué pasará con nuestras vertientes y nuestros ríos? ¿Qué pasará con nuestros pozos en la pampa?
Por mi parte pienso al descomunal desastre que está ocurriendo en estos días con la megarepresa de Hidroituango en Colombia que amenaza con barrer una entera cuenca poblada donde ya más de 26.000 persona han tenido que abandonar sus casas y su vida cotidiana.
La naturaleza no está para ser destruida y vendida, sino para interactuar buscando juntos la vida. Y otra vez me vienen a la mente las palabras de Papa Francisco en Puerto Maldonado:
“Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes. Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias”.
Escuchamos ahora a Juan y a Mario de Misión Fátima en el Territorio indígena Chimán reconocido como Territorio Comunitario de Origen por la histórica marcha indígena del ’90 denominada “Marcha por la Dignidad y el Territorio”. Nos cuentan que gente foránea proveniente de otros lados quiere ocupar sus tierras. Parte de las tierras que desde siempre han sido vividas y habitadas por el pueblo chimán de Misión Fátima, son ahora avasalladas por gente que se denomina intercultural y que mintiendo afirma que está viviendo desde años en tierras chimanes. Ellos dicen que ahí tienen cultivos y casas y han llamado el INRA para que titule aquellas tierras a su favor. Pero lo que han mostrado al INRA son casas y cultivos chimanes afirmando que son de ellos. La gente chimán tiene miedo porque los interculturales se mueven con familiaridad entre instituciones, gobierno y abogados; saben de papeles, firmas, sellos y mañas legales; se han demostrado capaces de comprar y vender todo, hasta las conciencias de algunos dirigentes chimanes… La gente se siente desamparada: es verdad que no tienen la amenaza de una megarepresa rio arriba, pero ese mundo intercultural que a todo pone precio, que todo lo sabe comprar y vender y que ha decidido hacer comercio con las tierras de sus ancestros chimanes, representa una amenaza aterradora para su existencia. Los interculturales afirman que los chimanes no aprovechan la tierra, pero Juan y Mario afirman que ellos no quieren acabar con el bosque, porque saben que el bosque garantiza la vida para sus hijos y sus nietos. Talando grandes extensiones de bosque para hacer chacos ¿qué pasará con el agua, con los peces del río, con los animales, los pájaros, y toda la vida que el bosque cobija? ¿Cómo podremos vivir en un futuro si matamos la vida que nos da vida? ¡Nosotros queremos cuidar la vida, no venderla!
Nos hablan ahora unos hermanos de Chocolatal. Hablan en chimán y Abel de S. José nos traduce su conmovedora historia: hace años los Chimanes de la comunidad de Chocolatal dejaron sus casas para ir a otro lado y, después de unos años, volver a su comunidad, así como es su costumbre hacer. Ellos se trasladan permitiendo así que el bosque y los animales vuelvan a repoblarse y mantienen de esta manera el equilibrio de la Tierra. Cuando seis familias chimanes decidieron volver a su tierra y a sus casas, encontraron que todo había sido ocupado por gente foránea, los interculturales, que habían trabajado sus tierras y habitado sus casas. Los chimanes no les reclamaron por eso, solamente se asentaron a un ladito y los interculturales les concedieron el uso de una hectárea (un manzano) de su Tierra ancestral. Seis familias chimanes en un manzano son como un loro en una jaula, no tienen de qué vivir ni comer. Los interculturales entonces aprovechan de su penuria para manejarlos como peones en sus faenas.
Escuchando esta historia en chiman, aún sin entender el contenido, ya me había puesto triste por la resignada desolación de los parientes chimanes, pero cuando Abel la fue traduciendo la tristeza se transformaba en rabia por un sentimiento de impotencia que me invadía.
Es posible que hoy, llenándonos la boca con discursos indigenistas y ambientalistas, en nombre de un mal llamado desarrollo, ¿estemos repitiendo tal cual las páginas más tristes de nuestra historia colonial? ¿Es posible que en un estado que se declara orgullosamente plurinacional las naciones indígenas sean consideradas estorbo para el desarrollo del País?
Al día siguiente conté a mis hermanos chimanes y mosetenes cómo, desde siempre, la historia indígena ha sido una lucha para defender el territorio y la autonomía. Hoy seguimos con nuevas amenazas, Papa Francisco dice que “probablemente los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora” pero por eso mismo tenemos que hacer honor al valor de los ancestros que lucharon para trasmitirnos la tierra y cultura que son la vida de cada pueblo indígena.
En la noche, después de compartir la cena, nos fuimos a la luz de la luna que hacía brillar aún más aquel mundo encantado. Una vez más me acompañaban las palabras de Francisco, esta vez su despedida de Puerto Maldonado:
“Confío en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad de reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir. Así lo han demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus aportes, con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con el medio ambiente y con la vivencia de la fe. Rezo por ustedes y por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias”.
Fabio Garbari, S.J.