GONZALO MENDIETA
Ya nadie defiende la elección para reclutar magistrados. En otro escrito largo planeo recordar el origen de esa creación malosa, romántica e infantil. Pero la pregunta ácida de las elecciones judiciales es por qué el Gobierno querría desprenderse del mazo, es decir de jueces y fiscales, para hacerse obedecer. Con ciertos límites reales de legitimidad (por ejemplo, no puede fusilar ni lapidar), formas y apariencia (necesita armar casos con visos jurídicos), la justicia es hoy, grosso modo, la voluntad del poder político.
Con instancias que restringieran ese poder, como un Órgano Judicial fuera de su órbita, la naturaleza del régimen cambiaría. Se levantaría una autoridad alterna, que es lo que el MAS ha rehusado desde el primer día. Porque el Gobierno evalúa la política en términos de fuerzas, no de limitaciones, equilibrios o derechos, que considera son literatura barata. De ahí su visión bélica, parecida a la de los uniformados de nuestra historia o al primer movimientismo, sólo que con léxico, santoral y banderines de izquierda.
Sin jueces y fiscales, el Gobierno perdería unos buenos colmillos. Le quedarían la fuerza militar o la de la calle para amilanar, o potestades menores como quitar licencias a radios, llenar de impuestos al prójimo o emitir boletas de tránsito, pero su capacidad de imponerse sufriría. Por eso es que el Gobierno no patrocinará una esfera judicial fuera de su influencia, pues estima -y es verdad- que aún conserva una fuerza superior a sus enemigos. Concederles una instancia neutral sería ceder gratis, para un Gobierno alejado de cualquier convicción íntima de derechos, instituciones o garantías.
Aunque prefiere el poder crudo, al Gobierno le interesa la opinión de su electorado. Y tiene un colapso judicial en sus espaldas. De ahí que las elecciones que vienen no serán un mero reprise. La esencia política del poder judicial no se alterará, pero es indispensable instalar una mejor maquinaria. Por eso serán posibles las mejoras incrementales (que hay que alentar) en el servicio judicial, que no perturbarán el balance del poder político.
Eso, claro está, mientras la correlación de fuerzas sea la que es. Porque los magistrados, como la milicia y la burocracia, saben calcular. En cuanto la correlación de fuerzas mute, tendrán chance de realinearse. Mi consejo es que el MAS se prepare para el tiempo de los corazones rotos. Es el destino de la política.
Franz Barrios X. tiene pues la razón en un artículo que publicó hace días en Página Siete. Entre las apariencias está elegir magistrados sólo por méritos académicos. Es que nos gustan los pergaminos porque dan estatus. De ahí que las universidades sean en general fábricas de títulos, no de profesionales. El MAS también es amigo de ese espejismo, nacido en la colonia, cuando el gremio universitario era uno de los feudos locales claves. Y ese apetito por los cartones se puede aprovechar.
Una reforma judicial de raíz, que trastorne la naturaleza de su relación con el poder, implicaría incorporar gente de independencia y carrera reconocida. Esas cualidades no se evalúan calificando quién conoce mejor la Ley del Notariado o la última línea jurisprudencial del Tribunal Agroambiental. La convocatoria a Eduardo Rodríguez V. por un exparlamentario muestra que al MAS no se le escapa que la genuina reforma comenzaría por convocar a notables, aunque fuera aristocrática y despidiese un aroma retro impasable en este tiempo. Sería el camino, pero no será.
Con algo de sentido histórico, el Gobierno vería que su ciclo se agota, aunque hoy mantenga potencia. En una transición, un Órgano Judicial con relativa autonomía neutralizaría en algo la caza de brujas que se anuncia con ira, bajo la antorcha de la venganza, para cuando el MAS caiga. Pero como a Goni, quizás un día veremos a Evo ofreciendo acuerdos y jueces independientes por TV, ya tarde. En ese momento, Evo y su corte repetirán como ese otro embelesado por las fuerzas, que filosofaba con martillo: “quien no tiene el poder busca la justicia”.
Gonzalo Mendieta Romero