
Empiezo esta columna dedicada a los acontecimientos políticos de Lima declarando mi profundo amor por el Perú, país que conozco muy bien, de hecho me siento peruano en la medida de ser un altoperuano, me explico, creo que para entendernos como bolivianos, lo mejor es hacer un viaje al Cusco, como en el Magreb se hace un viaje a la Meca, (o por estos lares unos la emprenden a Disney). He estado más de cien veces por allá, y me precio de ser posiblemente la persona que más espumante tomó contemplando las maravillosas ruinas de Machu Picchu, mi tributo particular a los Apus, y un Guinnes muy especial a mi favor.
Me da un poco de pereza y de pavor, ver que algunas escenas que tuvieron lugar hace 18 años en el Alto Perú se repitan en el país que es nuestro hermano casi siamés. Claro que sé, que si no aprendemos de nuestra propia historia, es mucho pedir aprender de la experiencia de al lado.
Con todo, el discurso del señor Castillo, no fue ni de lejos, tan destemplado como el de Evo Morales en el 2006, por lo menos no fue racista. Eso sí, se cargó de algunos simbolismos, que creo que vale la pena mencionar.
El traje del señor Castillo recordó en algo el de Evo, aunque hay que decir, que el de Morales era “mucho más caché”, a fin de cuentas había sido diseñado por Beatriz Canedo Patiño, la gran dama de la alta moda paceña, que además ya había vestido a varios presidentes antes que él. Es que Evo tenía quien se fije en esos detalles, me refiero a su vicepresidente.
El sombrero del señor Castillo ha dado mucho que hablar, es una prenda muy útil, pero tiene un retrogusto demasiado colonial, sobre todo para quien hace ascos a esa herencia, no olvidemos que este fue introducido por los españoles, que antes de la llegada de estos no existía tal artefacto, y que no solo al principio, sino por muchos siglos fue utilizado ante todo por gamonales y capataces. No señor Castillo, el sombrero no es un símbolo de nada, es una prenda tremendamente práctica para protegerse del sol, y debemos estar felices de que fuera introducido en esta parte del mundo en el siglo XVI.
El nuevo Presidente ha dicho también que no gobernará desde el Palacio de Gobierno, que algunos la llaman la Casa Pizarro, suena bien, pero ahí también va don Castillo contramano de la historia, y es que si quiere ser anti hispánico y anti colonial, más bien se le presenta una oportunidad de oro, ya que podría decir que después de 480 años, vuelve a gobernar desde ese mismo sitio, un señor originario, recordemos, que Pizarro escogió para su solar, la casa de Taulichusco, el gobernador inca de ese enclave a orillas del rio Rimac. Señor Castillo, gobernar el Perú desde un edificio construido en un lugar desde donde se gobernó antes de la llegada de los españoles, podría contener la simbología perfecta para su discurso.
Pero más que los símbolos, lo que importa es el siguiente paso, y claro que aterra la Constituyente. Las constituciones han sido hechas siempre para limitar el poder de quien lo detenta. Y las constituciones deben ser modificadas, pero la receta que quiere seguir el señor del Castillo, que la hemos probado nosotros en el Alto Peru, puede incluir, como en nuestro caso, una constitución hecha para favorecer al poderoso del momento y que pueda ser modificada sin mayor trámite, para acrecentar el poder del mismo. No señor, la única forma racional de tener una constitución moderna y justa es haciendo reformas parciales, concretas, consensuadas, y que no impliquen un cambio inmediato, sino uno en el siguiente mandato.
Esperemos que el señor Castillo cumpla con su palabra y con el juramento que ha hecho de respetar la constitución, y que no se guía por el mal ejemplo de su invitado de honor, que ciertamente es una vergüenza para la democracia a nivel mundial.
Agustín Echalar es operador de turismo