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Opinión

El sentido de la muerte de Jesús

19 de Abril, 2025
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La semana santa es la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La Iglesia Católica, en concreto, celebra el triduo pascual, considerado antes como tres días de preparación a la fiesta de pascua y comprendía el jueves, el viernes y el sábado de la semana santa, pero con un enfoque ahora diferente, pues el Triduo se presenta como una sola cosa con la Pascua. Es un triduo de la pasión y resurrección, que abarca la totalidad del misterio pascual. El triduo comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la cena del Señor, alcanza su cima el Viernes Santo con la celebración de la pasión y muerte y cierra con las vísperas del domingo de pascua (Vigilia Pascual en Sábado Santo).

La religiosidad popular, presente en muchos países del mundo, celebra esta importantísima fiesta del cristianismo de diferentes maneras. En particular, se puede hacer referencia a la visita a los monumentos que se realiza sobre todo el Jueves Santo por la noche, aunque también puede hacerse el viernes por la mañana; la asistencia a misa el jueves, el sábado y/o el domingo y a la procesión del santo sepulcro; la confesión y comunión obligatorias, la prohibición de comer carne e ingerir bebidas alcohólicas el Viernes Santo; el escuchar música sacra, etc.

En medio de esto, conviene recordar que, respecto a la muerte de Jesús, suelen plantearse dos preguntas. 1, ¿Por qué matan a Jesús? Y 2, ¿Por qué muere Jesús? La primera pregunta tiene carácter histórico y a ella vamos a referirnos, dejando para los entendidos la segunda, que tiene carácter teológico.

La respuesta a la pregunta ¿Por qué matan a Jesús?, hay que ligarla a los dos procesos que lo llevaron a la muerte. Uno fue de carácter religioso y el otro de carácter político y ambos se originaron en su práctica, porque -bueno es recordarlo- a diferencia de tantos politiqueros, que en tiempos de campaña electoral ofrecen el cielo y las estrellas a la población, hasta obtener su voto para después mandarla a pasear, la vida de Jesús se caracterizó por una práctica que luego era explicada y no por ofrecimientos después incumplidos.

Pues bien, Jesús fue alguien de una extraordinaria popularidad, por la forma en que actuaba, tal cual señalan los evangelios. Los poderosos de entonces creían que predicaba la subversión y que prohibía el pago del impuesto al emperador romano. Sus críticas alcanzan a quienes influían sobre el pueblo como los fariseos, los saduceos y Herodes. Consideraba que la ley no podía convertirse en instrumento de opresión e iba en contra de ello, como cuando curaba enfermos en sábado, para escándalo de los apegados a su cumplimiento dogmático. 

Enseñaba sin haber frecuentado la escuela y sin haber sido ordenado rabino. Toleraba en su compañía gente en contacto con la cual supuestamente se contraía la impureza legal. Hablaba con Dios y de Dios de una manera que se consideraba blasfemia. Mostró a los marginados por el pecado o por el destino, que por ese hecho no eran relegados por Dios. Con su práctica, Jesús produjo una crisis radical que, finalmente, lo llevó a la muerte por crucifixión, ese castigo bárbaro inventado por los persas.

Hoy, Jesucristo sigue siendo clavado en la cruz, en muchos lugares y tiempos:

Es crucificado en la persona de lo perseguidos y presos políticos en Bolivia. En los ciudadanos que, por no comulgar con el MAS, sufren al no poder encontrar trabajo o al ser echados del que tienen. En todos aquellos que no pueden acceder a alimentos o medicamentos, mientras los autores del descalabro pretenden eternizarse en el poder y no paran mientes en inventar “golpes de estado” y en acosar o perseguir a inocentes y mandar a presentar acciones de todo tipo.

Es crucificado en la persona de miles de indocumentados que viven en Estados Unidos y que son deportados, sin proceso previo y en contra de disposiciones de jueces, a una cárcel macabra en El Salvador, dentro de la cual se cometen atrocidades justificadas por el dictador Bukele. Es crucificado en la persona de Kilmar Ábrego García, el salvadoreño deportado por error a El Salvador que, sin embargo, no puede volver a Estados Unidos y permanece detenido en el país del dictador barbudo.

Es crucificado en Cuba y Venezuela, países en los que la disidencia es penada con persecución, tortura, cárcel y muerte en nombre de un socialismo largamente extinguido.

En Nicaragua, país en el que la pareja de sinvergüenzas que lo gobiernan, y sus hijos, se han encaramado al poder y no quieren soltarlo por nada, persiguiendo a cuanto opositor se ponga al frente. Incluyendo obispos y sacerdotes de la Iglesia Católica que se atreven a criticarlos.

Es crucificado en el pueblo de Gaza, impiadosamente asesinado por el ultraderechista Netanyahu, carente de todo sentido humanitario y de tolerancia por los demás.

Es asesinado en Ucrania, país en el cual Putin (el amigo de Trump) asesina, persigue y tortura diariamente a miles de ucranianos, a los que quiere “rusificar” y a los cuales ha confiscado sus propiedades.

Es crucificado en la China de Mao y en Corea del Norte, cuyos pueblos viven sometidos a crueles dictaduras, bajo las cuales también se persigue, tortura y mata, en nombre de una “reeducación” que no es tal.

La lista es interminable, pero ante ella hay que recordar lo último de la Semana Santa: la Resurrección, que es el triunfo del bien sobre el mal, que ya se dio en la historia y que nos toca repetir diariamente. Todo pasará.

El autor es abogado