
Después de la paliza que recibió el antimasismo en octubre del año pasado, en que el partido azul perdiera las cuatro gobernaciones que se disputaban en esta segunda vuelta, ha sabido a gloria a muchos. En el sentido estricto de una visión liberal, de libre mercado, se podría decir que no hay mucho que festejar, quienes han ganado no son, bajo ningún punto de vista, parte de esa corriente.
Por lo que se puede festejar, es que la hegemonía de un partido que ha demostrado en múltiples oportunidades su desprecio por la democracia, su capacidad de violar la constitución, y de abusar del aparato judicial para neutralizar o aniquilar a sus enemigos, se ha visto siquiera abollada.
Por el otro lado, es interesante notar que especialmente en el departamento de La Paz, la disputa por la gobernación ha tenido, y en realidad desde la primera vuelta, una característica étnica que no debe ser soslayada. Y que a primera vista podría alegrar.
El que los candidatos sean parte de la mayoría étnicas de su región, hace en primer lugar sentido, como mero dato demográfico, porque es posible que el elector se sienta identificado con quien puede reconocer como uno de los suyos. El que los protagonistas políticos de una sociedad sean parte de la mayoría, y no de las minorías que monopolizaron el poder desde tiempos de la conquista, puede también ser visto como un gran avance.
La ecuación es muy sencilla, en un país donde la mayoría tiene ciertas características étnicas, lo lógico es que sus dirigentes políticos vengan de esa mayoría, y respondan a los intereses de la misma. Hasta ahí podemos solamente estar felices, podríamos decir, invocando aspiraciones del siglo XVIII, que finalmente tenemos un gobierno de indios en una región mayoritariamente indígena. Si hablamos con más propiedad, podríamos utilizar la palabra aymara, en vez de indio.
El problema es que el nuevo gobernador, aunque con vida y carrera propia, (y muy occidentalizada), está ahí porque es el heredero, de sangre e ideológico, de un líder que por lo menos en discurso, tenía una visión tremendamente agresiva hacia los no indígenas, vale decir a esa minoría, no tan pequeña, por cuyas venas, en mayor o menor cantidad, fluye sangre española o de otros confines europeos. Y ese no es un buen cimiento para construir una mejor sociedad.
Desde el punto de vista nacional, la cosa se pone aún más peliaguda, precisamente porque las características culturales del departamento de Santa Cruz por ejemplo, poco tienen que ver con la urdimbre cultural de estas tierras altas. Falta el común denominador.
Aunque seguramente el gobierno central va a tratar de asfixiar a los gobiernos departamentales que estén en manos de opositores, lo cierto es que vamos a vivir un momento digno de ser analizado, un gobernador aymara, una alcaldesa de El Alto aymara, y un alcalde de La Paz, que verdaderamente puede representar al boliviano común, todos opositores al MAS, este es realmente un nuevo tiempo. Eso sí, no deja de tener un gusto amargo que a estas alturas de la historia, juegue un rol el componente étnico, (por no decir racial), aunque sea con buenas intenciones.
La más importante acción que deberá tomar el nuevo gobernador, es combatir la pandemia, convencer a todos y cada uno de que es importante vacunarse, y conseguir las vacunas obviamente, y es ahí donde tendrá que tomar distancia del discurso paterno, en realidad tendrá que declarar que su padre estaba completamente equivocado en relación al Covid.
Sin un combate certero a la pandemia, difícilmente podemos hablar de una reactivación económica, o de mejorar la calidad de vida de nadie, ese debe ser el plan, en todos los niveles de gobierno, esperemos que eso este claro para las nuevas autoridades que en breve se harán cargo de sus funciones, y que el gobernador de La Paz, no piense de la misma manera que su papá.
Agustín Echalar es operador de turismo