
Mi profesor de filosofía, el Dr. Arturo Orías, vivía junto a su esposa, en una pequeña y bella casita en el barrio de Sopocachi, tenían además dos perros enormes, un pastor alemán, y un chapi más grande que el pastor, que eran más dueños de la casa que sus amos. Una noche Arturo, como lo llamaban muchos de sus estudiantes, (yo lo trataba de Don), despertó con un ruido extraño y los ladridos furiosos de sus canes, salió al pequeño jardín y vio un hombre, con el pánico dibujado en la cara, acorralado por los canes. Arturo los tranquilizó, le preguntó al intruso que hacía allí, el ladronzuelo, balbuceó, y al final Arturo sujetó a los perros, fue a buscar las llaves de la puerta de calle y dejó salir al ladrón frustrado. Algunos amigos, cuando recordaban ese episodio decían que lo habria despedido diciéndole que vuelva otro día, pero no a robar, sino para ver como se lo podía ayudar. No sé si ese extremo sucedió.
Orías era ante todo un filósofo, y era un hombre de izquierda, yo era su pupilo, que no le hacía mucho ni a lo primero ni a lo segundo, pero nos teníamos genuino afecto, y hacíamos largas caminatas hamletizando. Estos días con la paliza, filmada y hecha viral, al ladronzuelo de El Alto lo he recordado con más nitidez, con más cariño y con más admiración que de costumbre.
La brutalidad de la, ahora famosa, grabación es intragable, un hombre uniformado golpeando y pateando a un ladrón que habría sido pescado infraganti en su fechoría, el sujeto, tirado en el piso, recibe una y otra vez golpes con la mano y patadas en el rostro y el cuerpo, la gente mira, nadie le pide al uniformado que pare y cuando todo se hace viral, son innumerables y mayoría las muestras de apoyo al accionar del golpeador.
No se ha visto al supuesto ladron cometiendo el delito del que se le acusa, pero se ve al justiciero cometiendo un delito tal vez más grave, golpes de ese tipo, pueden traer consecuencias irreversibles a quien los recibe.
Ese acto de violencia, es la forma más burda de abuso de poder, es una canallada disfrazada de acción justiciera. Sería un gran héroe, un gran ciudadano, si hubiera detenido a un ladrón, y lo hubiera reducido, pero lo que se ve en la filmación va mucho más allá, es un castigo físico, una forma de tortura, infligida a alguien que ya no estaba en condiciones de hacer nada. Reitero es un acto de abuso de poder.
Debemos luchar contra la violencia, la mayoría de los actos de violencia son causados por quien es más fuerte sobre quien es más débil, hombres golpeando o asesinando mujeres, madres golpeando a sus niños, niños más grandes haciendo bulling a niños más pequeños. No, el castigo corporal no es el camino que se debe buscar para solucionar los problemas, inclusive los de delincuencia o criminalidad.
Aunque el caso es de contexto privado, (a menos que el uniformado hubiera estado en servicio), las Fuerzas Armadas tienen la obligación de tomar cartas en el asunto, no es esa la imagen que pueden permitirse, no considerando el pasado, el de hace 40 años por ejemplo.
Por supuesto que hay explicaciones respecto al actuar de la gente ante un acto como el filmado, la gente está cansada de que le roben, de la inseguridad, de la justicia corrupta, de la policía corrupta, de la ausencia de Estado, en una palabra de la latente anomia, y eso se puede entender, pero casos tan explícitos como este no se pueden dejar pasar, puede ser el inicio de algo mucho peor. Quiero recordar que el primer linchamiento con escenas fotografiadas sucedió hace unos 25 años, se podía identificar a los autores, si se hubiera hecho lo adecuado y se hubiera caído con el peso de la ley en ese momento, muchos inocentes brutalmente asesinados se habrían posiblemente salvado.
No recuerdo en qué contexto utilizó Arturo Orías la frase, porque se la puede usar en muchas circunstancias, pero recuerdo exactamente el tono, y su rostro al decir que esperaba que algún día “el hombre deje de ser el lobo del hombre”, (no estábamos estudiando a Hobbes, por si acaso).
Agustín Echalar es operador de turismo