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Opinión

Donde manda capitán no manda marinero

20 de Enero, 2015
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ALBERTO PONCE FLEIG

Como cualquier emprendimiento humano, ni la política y tampoco los políticos son perfectos, siendo que una de sus mayores deficiencias es cumplir con lo que predican. El discurso oficial manifiesta que todos los miembros de la comunidad, sin importar cuán humilde sea su condición o contribución, tienen derecho a compartir los beneficios de la nación, pero desafía al negar que esa contribución sea un derecho a la participación en la toma de las decisiones.

En términos del discurso oficial, se enuncia que se gobierna “cumpliendo la voluntad del pueblo”, sin embargo, se le asigna al gobernante la tarea de inculcar en la ciudadanía la noción de que cada uno es parte de un todo más grande, del cual en cierto modo adopta su razón de ser.  Esto no se articula mediante la voluntad de los ciudadanos sino de acuerdo a la égida del liderazgo de una élite revolucionaria altruista e iluminada, centralizada en el partido, que guía y estimula a la población aletargada, revelándoles a los potenciales electores una verdad de la cual están conscientes sólo vagamente.

Dado que el arte de la política tiene que ver con la conciliación de una amplia gama de reivindicaciones legítimas, comenzando con la participación ciudadana como método básico para concretar áreas de acuerdo o consenso, en potencia, el discurso se constituye en el instrumento para movilizar a la sociedad, siempre que este  irradie un sentimiento de participación de sus miembros. Lo más importante desde el punto de vista   político, no es que los individuos formulen ideas acerca de sus necesidades o esperanzas personales, sino que expresen una conformidad con la unidad. No obstante, el alcance y la naturaleza del consenso al que se llega engendra una influencia vigorosa y a menudo determinante en las decisiones particulares tomadas por la sociedad, y causa una modificación en las líneas de acción de los políticos, lo que muchas veces contradice los dictámenes del caudillo y su entorno, dándoles un carácter diferente de dogmas ideológicos “incuestionables”.

La unidad es una condición previa y necesaria para la más exigente de las tareas políticas: el conocimiento de cuando no actuar, quieta non movere. En un escenario lleno de tensiones y pugnas, sustentado en una ideología que hacía hincapié en el cambio y el movimiento, la “designación a dedo” de algunos candidatos del partido para las elecciones subnacionales, muestra abiertamente a los responsables de la toma de decisiones en el gobierno, como personas racionales y egoístas, igual que el resto de nosotros, que ven los asuntos desde su propia perspectiva personal y actúan a la luz de sus incentivos personales. Aunque nos quieren hacer creer que actúan en función del interés general, ese deseo es sólo un incentivo más entre otros muchos y tiende a ser rebasado en importancia por otros más poderosos, lo que obliga la construcción de un dique de contención a las manifestaciones divergentes, donde no se acepta la disidencia, y se castiga la desobediencia.

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