
Cuando hace casi una década el gobierno de Morales decidió exigir visa de turista a los ciudadanos norteamericanos, uno de sus argumentos, era que eso no tenía nada que ver con ser de izquierda o de derecha, que era un asunto de dignidad, y de reciprocidad: Si a los ciudadanos bolivianos se les exigía un requisito para entrar en un país, lo lógico era exigir el mismo a los ciudadanos de ese país para ingresar al nuestro.
El asunto es que en ese tema no había una equivalencia real, y por lo tanto era absurdo hablar de una reciprocidad perfecta. Hay muy pocos norteamericanos que vienen a Bolivia haciéndose los turistas, y luego se quedan a vivir aquí, y si hay miles de bolivianos que hacen la ruta a la inversa, hace sentido que los de allá quieran ordenar la inmigración que llega su país, y aquí en realidad eso no es necesario, (más allá de la triste situación de los hermanos venezolanos).
De cualquier manera, el discurso de la reciprocidad y la dignidad esgrimidos por el MAS se fue por el caño cuando la Unión Europea exigió a los bolivianos a recabar una visa para visitar sus países, y el gobierno no reaccionó en absoluto. Hasta el día de hoy los europeos pueden venir sin visa, y los bolivianos tenemos que recabar una, comprando, seguro, y mostrando reservas de hotel o invitaciones a casas particulares.
Se puso en evidencia que de lo que se trataba era de una animadversión directa hacia el país de Obama, (no era el de Trump entonces), y aunque con interferencia política de por medio, el asunto es que EEUU era el enemigo principal de la producción de cocaína en nuestro país, y por ende de la producción de la materia prima para ese producto, y el “capo” de esa producción, el secretario general de las seis federaciones etc, etc, era también presidente de Bolivia.
Si consideramos que los norteamericanos son el grupo nacional que más visita el Cusco, que nunca fue el ombligo del mundo, pero que es el ombligo y el corazón del turismo receptivo peruano gracias a Machu Picchu, y que está a tan solo quinientos km de nuestras fronteras. Podemos colegir que el pedido de esa visa pueda haber influido en que a la patria lleguen tan pocos compatriotas del señor Biden y hayamos perdido una gran oportunidad de negocio, y de crear fuentes de trabajo.
No hace sentido bajo ninguna perspectiva eso de pedir visa a nadie para venir a Bolivia, y hace un pésimo sentido pedírsela a un potencial mercado que podría ayudar en algo a la recuperación (cuando se controle la pandemia) del turismo en particular y en el ingreso de divisas en general.
Es una pena que el nuevo gobierno, que no tiene a su cabeza a un dirigente cocalero sino a un profesional en economía, caiga en las mismas reacciones viscerales, y poco razonables de entonces. (Más allá de que por supeusto que no olvidamos que el ministro de economía del Evismo es ahora presidente del país).
En el caso de los ciudadanos israelitas, ese ha sido otro disparo en el pie, de entonces y de ahora, pues eran los visitantes de esa nacionalidad los que deban sostenibilidad a Rurrenabaque, uno de nuestros enclaves turísticos. Se puede tener el concepto que se quiera respecto al gobierno de un país, pero no se puede proyectar eso a los ciudadanos del mismo. Una de las ventajas del turismo, aparte del flujo de dinero de las sociedades más afluentes a las más pobres, es también el intercambio cultural y porqué no decirlo, de afectos que se da entre visitantes y visitados.
Bolivia necesita normas que ayuden a la reactivación económica cuando esta sea posible, en todos los rubros, y el gobierno tiene que hacer esfuerzos para entender eso, y dar un descanso a sus fobias u amores ideológicos, para implementar las mismas.
Agustín Echalar es operador de turismo.