
La tragedia de Charazani duele doblemente precisamente porque se ha llevado la vida de gente joven, con ideales, con las ganas de ocupar su tiempo en superarse, y con ganas de ceder algo de éste a una buena causa.
Los jóvenes que han muerto merecen todo nuestro respeto, nuestro afecto, nuestro duelo, y sus parientes, los que han quedado, nuestra completa solidaridad y nuestro abrazo.
Por lo demás, creo que este episodio, que por supuesto hubiéramos querido que jamás tuviese lugar, puede ayudarnos a repensar en nuestras prioridades existenciales, tanto como individuos como en el contexto de sociedad, o aún de nación.
Los jóvenes que perdieron la vida en ese espantoso desbarrancamiento terminaron entregando su vida por valores de solidaridad, de apoyo al prójimo, de compromiso social, y eso debe ser rescatado, tal vez para alentar, obviamente tratando de optimizar la seguridad de las personas, los compromisos de voluntariado que tan necesarios son en nuestro país, y que tan poco frecuentes son.
Vuelvo a pensar en la importancia de cambiar el servicio militar obligatorio por un servicio social obligatorio, donde los jóvenes puedan aprender a ser eficientemente solidarios, y aprendan a conocer su país desde una perspectiva más altruista. Claro que para que eso suceda, ya sabemos, tendremos que cambiar de Presidente, Don Evo ha dicho claramente que no le interesa para nada una variación en el tema del mal llamado “servicio a la patria”.
Mientras tanto, y a partir de este triste suceso creo que es importante asumir el problema real que tenemos en las carreteras de Bolivia, tan adornadas de cruces que cargan en si mismas historias tan trágicas como las de la semana pasada.
Seamos realistas, no es que se puede hacer algo para que no hay ningún accidente de tránsito en las carreteras, en el mundo mueren más de un millón doscientas mil personas en accidentes de tránsito, y sucede en todos los países, en los más ricos y en los más pobres, pero lo que deberíamos analizar es paso a paso el origen de estos accidentes, que ciertamente no disminuirán con un control burocrático, ni mucho menos con una lista de pasajeros.
Pienso en que un somero estudio de las tragedias de los últimos años, que además están documentadas, podría ayudarnos a ver si los viajes nocturnos de las flotas tienen mayores riesgos, sobre todo en pistas de tierra y en serranías al estilo de las de Charazani.
¿Juega el alcohol o el cansancio un rol importante? ¿Lo hacen los problemas mecánicos? ¿tenemos choferes verdaderamente bien entrenados?
Y por supuesto queda pendiente un sistema de rescate en las distintas regiones del país, con ambulancias y helicópteros a disposición, una vez más indigna la existencia de un helicóptero para uso del Presidente cuando todavía no tenemos un sistema de rescate consolidado.
Al día siguiente del accidente, casualmente hice en mis periplos el recorrido entre Nazca y Arequipa, allí, a medio camino, en medio del desierto, hay una capillita muy modesta, que alberga tres calaveras y cientos de estampas y cuadros de santas, cristos y vírgenes, está llena de velas encendidas, y allí casi no hay chofer de camión que no pare para encomendarse para llegar seguro a su destino, ese día no pude dejar de sustraerme a los pensamientos de la fatalidad, y de cuán frágil puede ser la vida si uno está en una carretera. Y les di la razón a esos hombres rudos del volante, que paran para pedir por una protección superior.
Agustín Echalar es operador de turismo