
Tal vez por la neblina de febrero, y por las máscaras muchas veces blancas, y algunas representando calaveras, el carnaval de Venecia se me antoja tétrico, como una especie de danza con la muerte, algo muy acorde con este carnaval del año 2021.
Los bolivianos tenemos también nuestra mitología trágica con los carnavales. Aunque no es verdad, el mito aprendido casi a martillazos, es que perdimos el mar por culpa de los festejos carnavaleros. No fue así, aquel febrero de 1879 los dados ya estaban echados, y aunque no se hubieran festejado las carnestolendas, nuestros antepasados hubieran perdido la guerra.
No es una buena idea festejar el carnaval mientras se está en guerra, y por eso mismo no es una buena idea hacerlo hoy, porque de alguna manera estamos en una guerra contra el maldito virus.
El que en menos de dos semanas, Bolivia tuviera que enterrar a uno de sus más importantes banqueros y a uno de sus más empresarios industriales más preponderante, es una muestra de cuan dura es esta batalla, pero también de cuan limitado puede ser en esta pandemia, aún el mejor tratamiento médico. Si las condiciones están dadas, el virus puede atacar y acabar con quienes lo adquieren, más allá de los excelentes cuidados que el paciente pueda recibir.
Y lo dramático es que es difícil saber cuales son esas condiciones dadas, sabemos que gente muy mayor, personas con enfermedades de base, o con pulmones dañados por el tabaco, tienen menos chances de sobrevivir, pero ni siquiera esa es una verdad absoluta. Se recuperan personas muy mayores, inclusive algunas que no tuvieron acceso a un buen sistema médico, y mueren otras que teóricamente tenían las características que las tendrían a salvo.
Lo único no terrible, el único consuelo dentro del desconsuelo, es que este virus no se ensaña con los niños, el dolor, el sufrimiento sería aún mayor, sería insoportable.
Lo que también nos puede permitir ver el base lleno a la mitad, en vez de medio vacío, es que realmente cada uno de nosotros puede hacer lo más posible para evitar contagiarse y para evitar la propagación del mal. Esta semana, hoy mañana, el martes de challa, el domingo de tentación, debe ser momentos de reflexión, de evitar la tentación, de aguantar, como dijo nuestro hombre de la guitarra.
El suspender las entradas carnavaleras, ha sido una medida muy importante en el plano público, ahora toca ser lo más estrictos posibles en el plano privado, se sabe que los festejos familiares, precisamente porque inspiran mayor confianza, y seamos redundante, familiaridad, pueden ser una verdadera trampa, es una mejor idea suspenderlos también.
El saber que existe la vacuna, aunque solo haya llegado casi de muestra a nuestro país, tiene que ser un aliciente para aguantar los aislamientos un poco más, es como si ya se viera tierra firme, y no hay que desfallecer.
Y no quepa la menor duda, que contagiarse, morir o hacer morir, por participar de un festejo, simplemente no vale la pena. No vale la pena ni siquiera pasar por los dolores y las angustias que puede causar una versión leve de la enfermedad.
No tenemos la vida comprada, y es posible que sea verdad que nadie muere en la víspera, pero no hace el menor sentido bailar con la muerte, mucho menos en un carnaval de pacotilla. Perder el mar no es nada, perder la vida lo es todo.
No abogo por un encierro total, mucho menos por una cuarentena al estilo de la que tuvimos al inicio de la pandemia, pero si por un manejo sensato de los riesgos, por un minimizarlos lo más que sea posible. Es obvio que quienes tienen que trabajar, quienes tienen que buscar su sustento, deben hacerlo, y además lo harán de todos modos, esperemos que puedan esquivar el mal, pero si este nos toca, que no sea por bailar, o por libar.
Agustín Echalar es operador de turismo.