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Opinión

A falta de ideas, buenos son los saunas

8 de Diciembre, 2017
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GONZALO MENDIETA

Me repele forzar a mis cuatro lectores a leer esta columna como si se tratara de ver la misma pesada película cada dos semanas. Es que las columnas de prensa se confunden a veces con un programa rosa estelar. De esos -tipo los ideados por Pepe Pomacusi- que, entre risas nerviosas, exaltación y falso acumen, discurren afanosos sobre los titanes y ruines de la telenovela política, cual si nada los superase en importancia.

De ahí que sea preferible escuchar a los monjes de la abadía senegalesa de Keur Moussa (“Sur tes murailles…”), rogando que el perrito que se nos perdió sin remedio la pase bien. Obviamente que a falta de monjes que canturreen, insto a no suplirlos con cumbia; menos con conferencias de prensa del Presidente o melosidades de Shakira. Tampoco con las canciones de domingo que difunde el canal de Ekklesia, por más piedad convulsa que exterioricen. Si ésos son sus dilemas, vuelva nomás resignado a los programas rosa.

Este artículo va así dedicado a los pensamientos sueltos, a los del que deambula estornudándose igual en los grandes señores y en los que pretenden serlo. Este amanecer en el que escribo o la tardecita en que usted me lee no merecen dilapidarse en ellos, o quizá sólo de paso. Porque los grandes señores tienen el infortunio de ser esclavos dos veces, los demás mortales una nomás. Todos somos esclavos de nuestros deseos, pero ellos además están condenados a buscar agradar o embaucar a la mayoría.

Los grandes señores (o los postulantes, que crecen como pasto) se exhiben bien en esta charla que trae un libro que acabo de leer. Un ex primer ministro canadiense le pregunta a un antiguo conmilitante: “Geordie, ¿por qué nunca fuiste amigo mío?”. Geordie contesta: “No es cierto, fui amigo suyo cuando usted estuvo en lo correcto.” El ex primer ministro clausura la charla: “Bah, no tengo necesidad de esa clase de amigos.”

Ser amigo incluye el deber de proferir la verdad. Entre nosotros no está muy extendido, empero, agriarle la fiesta a un cuate. Por ejemplo, ningún allegado del Presidente va a insinuarle que su carrera política tendría más lustre si genuinamente prefiriera la casita de Orinoca -cuya réplica se ha montado estos días en la Plaza Murillo- al sauna que tendrá el tótem del edificio anexo al Palacio Quemado, según revelan unas insidiosas noticias.

Entre esas noticias también está que la exdirectora de Migración fue convocada por la fiscalía –una de las instancias más prestigiosas y honorables del globo- para que declare por la supuesta extensión irregular de un pasaporte a su hijo, acusado de violación en Estados Unidos. En el país en el que se han comerciado pasaportes a ciudadanos chinos en tandas industriales -una ocurrida hace una veintena de años, la otra reciente-, oposición y oficialismo hacen escarnio de una señora cuyo delito es más no tener valor político real para ninguno de ambos bandos, salvo para posar de justicieros.

La función pública no es para uso del funcionario, pero mientras los gringos no se han preocupado aún en pedir la extradición del hijo de la exdirectora –lo que da idea de la importancia que le asignan al caso-, políticos bolivianos dan lecciones de firmeza en un caso que al menos debería tratarse con delicadeza y reserva, por compasión mínima. Claro que hay que considerar que el fariseísmo es una escuela antigua, con aprendices urbi et orbi.

Por si acaso, una advertencia final: todo lo que aquí digo es en mi calidad de ciudadano. Tampoco soy candidato, por si interesa, parafraseando a un colega columnista. Ni siquiera a magistrado; para eso primero hay que caerles bien a los dueños de la casita de Orinoca y del sauna. Y la política es algo más que gozar o sufrir, pero es cierto que a falta de ideas, buenos son los saunas.

Me queda el mal sabor de haberles hecho pisar el palito. Al final esta columna ha sido, a pesar mío, como un programa rosa, si bien solo a medias. Me consuela vanamente lo que afirmaba Chesterton: “Es fácil ser pesado y difícil ser liviano. Satanás cayó por la fuerza de su gravedad.”

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.


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