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Nacional Sociedad

¿Un mundo feliz?

ANF K4371 16:09:16 01-06-1999 VAR GRIMALT-COMENTARIO ¿Un mundo feliz? VAYA CON DIOS Ramón Grimalt i Oblitas. Mi abuela materna, que ya tiene 81 años a cuestas y a quien sencillamente adoro por su dulzura e inquebrantable espíritu aun en los momentos más duros (no en vano dice siempre que es como el quebracho del Chaco), guarda entre sus recuerdos una amistad infantil, sincera de las de antes, sin intereses de por medio, que supo conservar inmaculada con el paso del tiempo, con doña Edith Zamora de Paz. Pues bien, como usted sabrá esta venerable mujer, falleció hace unos días víctima de una cruel enfermedad y como reportero que soy cubrí su sepelio. Desde que se conoció la muerte de la madre del ex presidente de la República, Jaime Paz Zamora, fui testigo de muestras de condolencia de familiares, amigos y correligionarios del Movimiento de Izquierda Revolucionario, amén de otros partidos políticos. El velorio, sencillo, como fue doña Edith, convirtió el salón de la casa de su hija Rosario en un jardín donde las flores lucían más hermosas que nunca. Somos una raza extraña, los humanos; disfrazamos nuestra tristeza con lo más bello de la naturaleza, las flores que, por cierto, jamás se marchitan. Durante aquellas interminables horas no hice otra cosa que pensar en la muerte; creo que todos los presentes pensábamos en lo mismo; nos imaginábamos en lugar de la difunta, rodeados de gente contando anécdotas. Fue hasta que Claudio, mi amigo y camarógrafo, me dijo quedamente: "Fíjate, vienen vestidos de fiesta". Aquellas palabras me devolvieron al mundo de los vivos. Era cierto. Frente a la residencia, se hallaban estacionados imponentes vehículos a cada cual más moderno. De ellos, descendían chóferes que abrían la puerta a damas de sociedad, elegantemente vestidas de negro y caballeros sobrios, de luto. Detrás, dos empleados cargaban monumentales coronas de flores ante la atenta mirada de un responsable de seguridad. Había mucha gente, la misma que dos días después hizo del Cementerio Jardín un pase de modelos. Familiares con el dolor aparte, dejaban que su espíritu se imbuyera de ese misticismo tan propio de los camposantos, mientras una brisa otoñal mecía acompasadamente las hebras de césped. A ellos, a los que sufren la pérdida del ser querido, poco les importan las convenciones, la pompa y la circunstancia; el dolor es más grande que el "quedabienismo" de la sociedad de las apariencias. En esa sociedad, cuánto importa que a uno lo vean. "Estarán los tales, los cuales, los aquellos. No podemos faltar, así que querido ponte esa corbata de seda italiana que compramos en el mall". "¿Y yo qué me pongo? ¿Será el vestido de Cacharel o el de Chanel? Mejor el de Liz Claiborne. ¡No tengo qué ponerme! No puedo permitir que la fulanita se vea mejor que yo, faltaría más". "Mi sentido pésame". No podemos evitarlo, así somos. Vivimos de cara al palco, y quien no, es un paria, un raro, un insociable. Prefiero ser un insociable, la verdad; que mi dolor se lo lleve el viento y llegue muy alto, hasta el Cielo, donde descansará por siempre la alegre amiga de mi abuela, la del colegio, las travesuras y los quince años en la Tarija de principios de siglo. Vaya con Dios, doña Edith. CARACTERES:2594
1 de Junio, 1999
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ANF K4371 16:09:16 01-06-1999VAR GRIMALT-COMENTARIO¿Un mundo feliz?VAYA CON DIOS Ramón Grimalt i Oblitas. Mi abuela materna, que ya tiene 81 años a cuestas y a quien sencillamente adoro por su dulzura e inquebrantable espíritu aun en los momentos más duros (no en vano dice siempre que es como el quebracho del Chaco), guarda entre sus recuerdos una amistad infantil, sincera de las de antes, sin intereses de por medio, que supo conservar inmaculada con el paso del tiempo, con doña Edith Zamora de Paz. Pues bien, como usted sabrá esta venerable mujer, falleció hace unos días víctima de una cruel enfermedad y como reportero que soy cubrí su sepelio. Desde que se conoció la muerte de la madre del ex presidente de la República, Jaime Paz Zamora, fui testigo de muestras de condolencia de familiares, amigos y correligionarios del Movimiento de Izquierda Revolucionario, amén de otros partidos políticos. El velorio, sencillo, como fue doña Edith, convirtió el salón de la casa de su hija Rosario en un jardín donde las flores lucían más hermosas que nunca. Somos una raza extraña, los humanos; disfrazamos nuestra tristeza con lo más bello de la naturaleza, las flores que, por cierto, jamás se marchitan. Durante aquellas interminables horas no hice otra cosa que pensar en la muerte; creo que todos los presentes pensábamos en lo mismo; nos imaginábamos en lugar de la difunta, rodeados de gente contando anécdotas. Fue hasta que Claudio, mi amigo y camarógrafo, me dijo quedamente: "Fíjate, vienen vestidos de fiesta". Aquellas palabras me devolvieron al mundo de los vivos. Era cierto. Frente a la residencia, se hallaban estacionados imponentes vehículos a cada cual más moderno. De ellos, descendían chóferes que abrían la puerta a damas de sociedad, elegantemente vestidas de negro y caballeros sobrios, de luto. Detrás, dos empleados cargaban monumentales coronas de flores ante la atenta mirada de un responsable de seguridad. Había mucha gente, la misma que dos días después hizo del Cementerio Jardín un pase de modelos. Familiares con el dolor aparte, dejaban que su espíritu se imbuyera de ese misticismo tan propio de los camposantos, mientras una brisa otoñal mecía acompasadamente las hebras de césped. A ellos, a los que sufren la pérdida del ser querido, poco les importan las convenciones, la pompa y la circunstancia; el dolor es más grande que el "quedabienismo" de la sociedad de las apariencias. En esa sociedad, cuánto importa que a uno lo vean. "Estarán los tales, los cuales, los aquellos. No podemos faltar, así que querido ponte esa corbata de seda italiana que compramos en el mall". "¿Y yo qué me pongo? ¿Será el vestido de Cacharel o el de Chanel? Mejor el de Liz Claiborne. ¡No tengo qué ponerme! No puedo permitir que la fulanita se vea mejor que yo, faltaría más". "Mi sentido pésame". No podemos evitarlo, así somos. Vivimos de cara al palco, y quien no, es un paria, un raro, un insociable. Prefiero ser un insociable, la verdad; que mi dolor se lo lleve el viento y llegue muy alto, hasta el Cielo, donde descansará por siempre la alegre amiga de mi abuela, la del colegio, las travesuras y los quince años en la Tarija de principios de siglo. Vaya con Dios, doña Edith.CARACTERES:2594

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