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Opinión

SAN JUAN XXIII

25 de Abril, 2014
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VICTOR CODINA S.J.

Mientras la fuerte personalidad  y el largo pontificado de Juan Pablo II se mantienen todavía muy vivos en la memoria del pueblo cristiano, la figura sencilla de Juan XXIII corre el riesgo de ser desconocida  por las personas  menores de 60 años.  Y sin embargo el hecho de que Juan XXIII convocase el Concilio Vaticano II (1962-1965) confiere a su persona una importancia decisiva en la historia de la Iglesia.

Roncalli sucedió en la cátedra de Pedro a Pío XII, un Papa rodeado de un aura sagrada y de un inmenso prestigio, dentro del paradigma de la Iglesia de Cristiandad, surgida en tiempo de Constantino y consolidada por  Gregorio VII en el siglo XI. Juan XXIII no fue superior a Pío XII en su línea de Iglesia de Cristiandad, sino que cambió el paradigma de la Iglesia de Cristiandad y volvió a una Iglesia Pueblo de Dios, una Iglesia de los pobres, una Iglesia comunidad, más ligada a sus orígenes evangélicos y más abierta al mundo contemporáneo.

Aunque la convocatoria del Concilio se debió, según el mismo Juan XXIII, a “un toque inesperado, un haz de luz de lo alto, una gran suavidad en los ojos y en el corazón,”…la divina Providencia lo guió a través de su vida y le ofreció las experiencias que luego desembocaron en el Concilio.

Su formación humana y sacerdotal que dura 39 años, discurre en varios ambientes: el seno de una familia campesina de Bérgamo muy cristiana, estudios en Roma, capellán militar en la primera guerra mundial, especialización y docencia sobre historia de la Iglesia, secretario del gran obispo renovador de Bérgamo, Radini Tedeschi. De aquí surgirá un sentido profundo de la historia y su futuro lema episcopal será: “Obediencia y paz”, obediencia a Dios y paz interior y en toda la familia humana.

Durante 32 años  trabaja como Delegado apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia, lo cual le da una experiencia ecuménica  de diálogo con la Iglesia oriental, con musulmanes y judíos; más tarde como nuncio en París se abre a la nueva teología francesa y europea, tan importante en el Vaticano II.

Los 6 años de actividad directamente pastoral en Venecia acaban cuando en 1958 es elegido Papa a sus casi 78 años, como Papa “de transición”. En 1959 convoca el Concilio  y muere en 1963. Su pontificado duró solo 5 años y sin embargo renovó y transformó la Iglesia, como en un nuevo Pentecostés, en una primavera eclesial.

Su discurso inaugural del Concilio presenta ya sus futuras líneas pastorales: disentir de los profetas de calamidades, pues la Providencia divina actúa a través de los acontecimientos; distinguir entre el inmutable depósito de las verdades de fe y el modo de explicarlas; usar la misericordia más que la severidad; promover la unidad de la familia cristiana y humana.

Juan XXIII fue un auténtico cristiano, un hombre bueno y profundamente evangélico, lleno de la sabiduría del corazón, un buen pastor, un hombre de Dios, un hombre enviado por Dios para renovar la Iglesia. Su legado es el Vaticano II, Concilio que durante casi 50 años, por diversos motivos, ha sido frenado y diluido, y que ahora el nuevo obispo de Roma, Francisco, que posee muchos puntos comunes con Roncalli, está dispuesto a retomar y actualizar. Como dijo Juan XXIII en su discurso inaugural, el Concilio “es solo la aurora y el primer anuncio de un día que surge”. Hay que estar siempre abiertos a la esperanza y a la novedad del Espíritu…

La canonización de Juan XXIII no solo reconoce públicamente la santidad de Roncalli, sino que canoniza y consagra la eclesiología del Vaticano II.

San Juan XXIII ¡ruega por nosotros! 

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