
Acostumbrados como estamos los cristianos a hablar de Dios uno y trino en género masculino, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se nos hace extraño pensar en que pueda haber en Él una dimensión femenina. En las últimas décadas, también en parte como consecuencia del surgimiento de la mujer, se ha reabierto una reflexión sobre ese misterio, del cual hacemos aquí un breve esbozo.
Obviamente Dios carece de género en el sentido de sexo corporal con el que los humanos entendemos la sexualidad. Pero no es tampoco del todo ajeno a ella. Un primer signo de la dualidad masculina femenina en Dios se detecta en el relato de la creación de Adam: “Dijo Elohim (Dios en plural): Hagamos al hombre a imagen nuestra, a nuestra semejanza (…) Creó, pues Elohim al Adam (hombre) a imagen suya, a imagen de Elohim le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 26s, Biblia de Cantera - Iglesias).
Una interpretación aceptable de ese texto muestra la dualidad masculina y femenina del ser humano, precisamente como imagen viva del modelo divino. Esta interpretación se confirma en el versículo siguiente cuando Dios bendice al varón y la mujer y les ordena: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra…” (Gn 1, 28).
Al final del capítulo 4 del Génesis, después de los dramáticos relatos de la transgresión de Eva y Adán y del asesinato de Abel por Caín Abel, se reconstituye la primera familia de Adán, Eva y su hijo Set (Gn 4, 25) como imagen más nítida de Dios. Con ello de manera velada Dios se revela simultáneamente como unidad y trinidad familiar.
En el Antiguo Testamento predomina una visión estrictamente monoteísta de Dios Yahveh con sanciones drásticas a la idolatría. Sin embargo también se inicia la revelación de algunos atributos de Dios, especialmente el Logos (Palabra) y la Rúaj (nombre hebreo del Espíritu), unida a la Sabiduría, que van modelando una triple personalidad divina.
Ya en el Nuevo Testamento Jesús se reveló como el Hijo de Dios Padre, lo que en definitiva le llevaría a su condenación como blasfemo (Mt 26, 25). Por ello se comprende cómo fue más reservado en halar de la Rúaj divina. Una de las revelaciones más significativas la hizo, al recibir la vista de Nicodemo, magistrado judío. Viendo su sed de conocer a Dios, Jesús le dice: “En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de nuevo no puede entrar en el Reino de Dios”. Ante la perplejidad de Nicodemo, le aclara: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3-5).
Con ello Jesús muestra la identidad maternal de la Rúaj Santa, de la cual renacemos con el agua en el bautismo. Sin embargo, el Maestro solamente al final de su vida en el discurso de la última cena habló con mayor claridad de la Rúaj de la Verdad que procede del Padre y que Jesús enviará a sus discípulos para no dejarlos huérfanos (Jn 14, 16-18).
Esta Rúaj Santa es la que habita en los creyentes por el bautismo, uniéndonos en un mismo corazón y un mismo Espíritu (Hch 4, 32) para formar la comunidad de la Iglesia. Esta Iglesia, representada excelsamente en la Virgen María, es la Esposa del Señor, que inspirada por el Espíritu se prepara para celebrar las bodas con el Cordero con esa oración ardiente: “Ven Señor Jesús” (Ap 21 – 22).
Una providencial apertura a ese difícil tema se ha dado en el catolicismo a través de la devoción mariana, especialmente en América Latina. Los obispos latinoamericanos reunidos en la Conferencia General celebrada en Puebla en 1979 afirmaron en relación a la Virgen María: "Desde los orígenes - en su aparición y advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo" (Puebla 282). “Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita en los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza” (Puebla 291).
La devoción mariana presente en Latinoamérica, con su multitud de expresiones culturales, nos dice que el Evangelio se ha inculturado en las facciones indias, criollas, negras y mestizas con las que se presenta a la Virgen, revelando en ello el rostro compasivo y materno de Dios hacia su pueblo
Más allá de esta profunda y fecunda connotación mariana, en la misma esencia del Dios cristiano se da una dimensión femenina que todavía está por descubrirse y encontrar su aplicación en la oración litúrgica como en la devoción popular. La visión masculina de Dios, que, si bien ha sido suavizada en la Iglesia Católica por la devoción a la Virgen María, necesita ser complementado por un conocimiento más profunda de la Rúaj Santa y de la Trinidad divina como Familia, de la cual el sacramento más cercano a nosotros es la Sagrada Familia de Nazaret.