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Opinión

PASIÓN DE JESÚS, PASIÓN DEL PUEBLO

16 de Abril, 2014
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VICTOR CODINA S.J.

En Semana Santa acompañamos al Señor en su pasión: celebraciones litúrgicas, lecturas de la pasión en los evangelios, visita a los monumento en los templos, via crucis, sermón de las siete palabras, desclavada, adoración de la cruz, procesión del santo sepulcro…Nos compadecemos de los sufrimientos de Jesús, acompañamos a María en su dolor, cantamos el “Perdona a tu pueblo, Señor…”, repetimos “Te adoramos Señor y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste el mundo”. En momentos de silencio ante el crucifijo agradecemos al Señor  por su pasión, le pedimos perdón  y nos preguntamos: ¿qué he hecho, qué hago y qué debo hacer por Cristo? La Semana Santa es tiempo de conversión, de reconciliación.

Pero la pasión de Jesús se prolonga en la pasión del pueblo, víctima a veces de desastres naturales (inundaciones del Beni, incendio de Valparaíso, terremotos, tsunamis…) pero mayormente del egoísmo y de la injusticia humana, de estructuras económicas y sociales que matan: palestinos sin patria, los muertos en la guerra de Siria y en los conflictos africanos, migrantes que desaparecen en el mar junto a las costas de Lampedusa o que sufren en el tren de la muerte que a través de México llega a USA, víctimas de la dictaduras militares (Espinal…), indígenas excluidos y agredidos (Chaparina…), los hacinados en nuestras cárceles  y largo tiempo sin sentencia, mujeres ultrajadas y violadas, disidentes políticos amenazados, ancianos abandonados, niños de la calle, sidáticos, drogadictos, víctimas de discriminación sexual, los sin trabajo y sin tierra, los que sobreviven en una economía informal, los enfermos sin atención sanitaria, los que mueren antes de tiempo…La cruz de Jesús sin duda conforta nuestros sufrimientos, pero también aquí podemos preguntarnos:¿qué hemos hecho para que el pueblo esté crucificado, qué hacemos y que debemos hacer para bajarlo de la cruz?

Sin embargo, tanto en la pasión de Cristo como en la pasión del pueblo, la última palabra no es la cruz, la muerte o el sepulcro. El Padre resucitó a Jesús y confirmó que era él inocente, que tenía razón, que el camino de Jesús conduce a la vida verdadera, mientras que Caifás, Herodes y Pilatos eran corruptos  y malhechores asesinos.

Tampoco la pasión del pueblo acaba en el cementerio: el Señor tiene memoria del sufrimiento, aun del más pequeño y le hará participar de la resurrección de Jesús. La Semana Santa no acaba el  Viernes Santo, sino que en la Noche pascual brilla la luz de la Resurrección, se canta el Aleluya y el ángel anuncia a las mujeres que Jesús no está en el sepulcro, ha resucitado. El Señor ha resucitado y nosotros resucitaremos con él, este es el gran mensaje de la Pascua. Esto es lo que vivimos al renovar nuestro bautismo en la vigilia pascual. Los cristianos no podemos tener “cara de funeral”, ni tampoco falsa “sonrisa de azafatas”, sino que comenzamos ya a vivir la verdadera alegría que nace de la Pascua: Jesús ha vencido el pecado y la muerte: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” Para los cristianos la última palabra es siempre la esperanza y el compromiso por un mundo mejor.

Del costado abierto del Crucificado brota el Espíritu de vida que nos impulsa a luchar por la vida, a defender la vida, para que todos tengamos vida plena y en abundancia. Este es el mejor fruto de la Semana Santa para todo el pueblo.

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