
Al acabar el año, el Papa Francisco dirigió su habitual alocución a la Curia vaticana, pero esta vez, tras unas palabras de gratitud por su trabajo, lanzó una dura advertencia sobre las 15 enfermedades que amenazan a la Curia. Muchos se alegraron de estas proféticas palabras de Francisco que recuerdan las invectivas de Jesús contra los escribas y fariseos…
Pero al acabar su alocución Francisco dijo que todo ello también se podía aplicar a los individuos de la Iglesia, a las comunidades, a las curias episcopales, a las parroquias, a las congregaciones religiosas y a los movimientos eclesiales.
Más aún, aunque las advertencias de Francisco se apoyan en la fe cristiana y se dirigen a miembros de la Iglesia, creemos que sus líneas fundamentales tienen una validez más amplia y se pueden aplicar también a los dirigentes de la sociedad civil: a los líderes políticos y sociales, a los dirigentes del estamento militar y policial, a los funcionarios de justicia, a las autoridades académicas y universitarias, a los médicos, a los empresarios y profesionales del comercio, a los científicos y técnicos, a los jefes de sindicatos y agrupaciones cívicas, a los diversos movimientos sociales y populares, deportivos etc.
Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan tanto a la vida eclesial como a la vida cívica y política: el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás, que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; la mala coordinación con otros grupos; el Alzheimer espiritual que lleva olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; la rivalidad y la vanagloria; la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; los chismes y murmuraciones de los demás; el divinizar a los jefes esperando su benevolencia; la indiferencia ante los problemas de los demás; la arrogancia y rigidez adusta; el ansia de acumular bienes materiales; el mantener un círculo cerrado de poder; el exhibicionismo y la búsqueda de poder.
Parece ser que después de la alocución de Francisco a la curia del Vaticano sólo hubo algunos tímidos aplausos. Probablemente a muchos líderes políticos, cívicos y religiosos tampoco les agradarán estas palabras, pues ordinariamente solemos culpar de los males a los demás y defendemos nuestra inocencia. Pero estas sabias advertencias y autocríticas ¿acaso no son necesarias y saludables para el bien de toda la sociedad? ¿Será que nos sentimos intocables e inmunes a toda crítica? En este caso el diagnóstico de Francisco sería bien certero…