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Opinión

Apuntes sobre la religión de Mahoma

12 de Diciembre, 2017
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IGNACIO VERA
Para cuando se esté publicando este artículo, yo estaré en un lugar del mundo en donde la gran mayoría de las personas tiene a Mahoma como el mayor profeta. Para llegar aquí, he estado leyendo antes y a ojo de pájaro el Corán. Y es un libro extraordinario. Leer este libro debiera ser uno de los ejercicios obligatorios en todo el mundo —como los que se hacen por civismo— incluso para los ateos. Pero ¿qué es este libro, que ha inspirado a los poetas y desconcertado a los moralistas? Ciertamente no hay en estas páginas la profundidad filosófica de los Upanishad ni el lirismo de los salmos de David, pero justamente por la carencia de latidos líricos, este libro no es sino lo más práctico y claro de las moralidades y los pensamientos. Por eso la lectura del Corán debiera ser realizada por los cirujanos del cerebro, los arquitectos, los abogados, los ingenieros civiles y los sacerdotes católicos. La lectura del libro escrito por el camellero de la Meca no solamente debiera ser hecha por los que buscan de la fe del Islam, sino también por todo hombre cuyas metas principales sean la justicia y el buen vivir.

Hay muchísimas traducciones e incontables ediciones. En esta estancia trataremos de ilustrarnos un poco con la lengua de los árabes, no con el árabe vulgar que hablan en el norte de África, sino con el árabe literario con que fueron escritas muy grandes obras, pero cuando leemos el Corán, lo hacemos en castellano, porque queremos entenderlo bien. Lo importante es leerlo, sin importar el idioma que elija cada cual.

Una de las primeras sorpresas más extraordinarias es la de la creación de los seres humanos. Aquí es donde el lector del Corán, que hasta este momento solamente sabía la versión del Génesis, se pone estupefacto. Dios, Alá, comienza anunciando a sus ángeles su propósito de crear hombres, pero le replican diciéndole que eso no es bueno, porque esos hombres serán fautores del mal y derramarán sangre; Dios, sin embargo, replícales diciendo que Él sabe algo que ellos, los ángeles, ignoran. Alá creó así a Adán, y le confirió la libertad de poner un nombre a todas las cosas. Luego Dios presentó a Adán a sus ángeles, como para poner a esplender su poder de voluntad, e incluso les obligó a adorarle.

Todos los ángeles se pusieron a adorar al primer hombre que había pisado la tierra con pie mortal, pero uno de ellos se rehusó a hacerlo, Eblis, el diábolos, el Demonio. No solo que no le adoró, sino que se indignó, se vanaglorió a sí mismo y finalmente se rebeló junto con otros ángeles, instigando a cuanto ser celestial pudiere a la sedición.

Aquí termina la primera gran parte de la tragedia, que terminaremos de analizar la siguiente semana. La tragedia, a pesar de haber terminado su primera parte, aún comienza, está en el prólogo, y este prólogo es talvez más apasionante que el Prólogo en el Cielo del Fausto. Quien es solamente un poco inteligente, ya debe haberse dado cuenta que en esta simbología coránica (las cosas narradas en los libros sagrados no necesariamente tienen que haber ocurrido como son narradas) se encierran muchas enseñanzas.

¡Cuántas cosas en verdad apasionantes e instructivas tienen esas tierras, esas religiones y estas culturas! ¡Podríanse escribir muchos cuadernos de viaje allá!

Ignacio Vera Rada es estudiante de latín en la Universidad de Salamanca
Twitter: @ignaciov941

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