Opinión
25 de junio de 2021 12:54Sobre el racismo estadounidense
Confieso ser adicto a la tertulia. Debe ser resabio de la costumbre oriental de sacar sillas, hamacas y ‘perezosos’ (sillones reclinables), a la hora de la oración en que el ocaso del sol aliviana el calor del día, para reunir vecinos y amigos para comentar chismes, mejor si con ‘chapunato’ (alcohol ‘ron Lacoste’) con jugo de toronja), cerveza fría o chicha camba en mano.
Peroraba el vejete sobre la exclusión social y acotaba mi hija que era “discriminación positiva”. ¡Que positiva o negativa, toda discriminación es negativa!, atropelle, acotando que en Estados Unidos, el nuevo feriado del Juneteenth festejando el fin de la esclavitud, debe rabiar a los miembros del Ku Klux Klan y sus simpatizantes, que no son pocos. Mejor cambiamos de tema, dijo mi ojo izquierdo, para no prender la mecha de explosivos enconos, que en mi región a veces derivan en rencillas sangrientas.
Viejo testarudo que soy, insistí en un tópico cuya expresión más primigenia es el racismo. Como el Coronavirus, adopta diversas variantes, casi todas relacionadas con el color de la piel, aunque también la religión y la etnia han ocasionado horribles matanzas. Ignorando quizá que todos los humanos mejoramos caminando enhiestos y saliendo del África materna, tal vez evitando ser presa de otros animales que nos apetecían.
Una vez más revoloteaba en mi cabeza el racismo estadounidense. No lo aplaco una sangrienta guerra civil entre un Norte industrial y un Sur agrícola. Quizá porque el meollo del asunto era el racismo anti-negro, que florecía en ambos rivales en distintas formas. Era mano de obra barata en uno y versión temprana del ‘apartheid’ explotador sudafricano en el otro. La mescolanza racial se había impuesto desde los días de Jefferson en el septentrión, y escapadas, quizá nocturnas, de hacendados sureños a chozas de esclavos en pos de alguna africana cimbreante que le alborotaba el sueño y turbaba su libido.
Sucesivas oleadas de inmigrantes europeos no disminuyeron la inquina contra la pigmentación diferente de la piel. Poco importó el etnocidio de pieles rojas, la asimilación europea y la contribución afroamericana a la cultura yanqui. El prejuicio anti-africano y hacia otros inmigrantes permaneció adormecido en muchas partes, aparte de que en el uno fue reforzado por aspectos negativos de la ‘Reconstrucción’ posterior a la contienda, y en el otro el encierro de japoneses en campos de concentración, y el empleo de mexicanos para cosechar campos como labriegos baratos. Dos eventos trascendentales de la historia estadounidense les volvieron a poner en escena: la contienda por los derechos civiles desatada por la Guerra de Vietnam, y el rebrote racista que provocó la elección de un reaccionario que perdió en las urnas, pero ganó por rarezas de su democracia.
Me faltan estudios para contribuir a la historia de su Guerra Civil. La pandemia del Covid-19 el encierro forzoso de mi edad y la nostalgia de su gente generosa, me urgen a reflexionar sobre la actual coyuntura estadounidense. Hay una notable diferencia entre el racismo decimonónico, y el actual. Tal vez el quid está en la cultura del revólver al cinto y la permisividad que imponen sus leyes, que confunden el derecho a defenderse con el desarrollo de armas cada vez más mortales. Porque no es lo mismo un revólver para enfrentar indios hostiles, el cascabel de serpientes y duelos alboroteros: un Colt 45 y un fusil AK-47.
Hoy todo Estados Unidos está armado hasta los dientes, no solo con pistolas y chisguetes de defensa personal, sino con mortíferos inventos que a veces afloran en masacres sin sentido. Se han vuelto periódicas en un país de renaciente encono racial. La libertad para tener armas, y el racismo tienen mucho que ver. La creciente criminalidad justificaría la tenencia de armas pequeñas; el poderoso grupo de presión defensor de cazadores que casi exterminan sus búfalos, diezman sus patos y ciervos a guisa de la caza, es reducto casi invencible de sus excesos.
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